Quisieron celebrar los cincuenta años de la muerte de Franco haciéndolo presente. Por si quedaba alguna duda de quién manda aquí. Y no, el poder ya no reside en el pueblo, ni en las urnas, ni en los pactos democráticos, ni en esa Constitución usada y abusada hasta convertirla en papel higiénico de todo a cien.
Está en las manos renegridas de unas decenas de hampones con aire de togados cuyo poder sectario y pestilente ha convertido la justicia en una herejía sin consecuencias. Ese poder vicario está viciado, corrompido por esa banda de funcionarios del infierno quienes ya anunciaron su condición de salvapatrias low cost durante el juicio al procés, su oposición a la ley de amnistía o la protección escandalosa del rey emérito.
Son un poder que da miedo, que funciona como un contrapicado paranoico porque ante esa fratría de los Berdugo, Marchena, del Moral, Martínez y Lamela, decir la verdad te convierte en culpable de palabra, obra y omisión. Ellos, y cientos como ellos, activistas jurídicos de la derecha y la ultraderecha, son los mandarines del nuevo ayusismo conspiracional, un auténtico poder por encima de todo orden moral y jurídico que funciona con total impunidad e indulgencia plenaria.
Gente de doble moral a la altura de la bragueta que escupe por el colmillo. Y se han tomado en serio las palabras del hampón de las Azores, cuando dijo: “el que pueda hacer, que haga”, que viene a ser la continuación del: “echemos de nuestro suelo al enemigo” que vocear a Millán-Astray.
Así que sí, el que pueda que mienta, tergiverse, conspire, infrinja leyes, las altere, corrompa, invente bulos o sostenga que es de noche cuando solo han bajado las persianas. Todo vale contra un gobierno que no me gusta, pero es legítimo.
Y en esas están, en llegar al poder a cualquier precio y echar a media población insurrecta para quedarse a sus anchas, como eternizados en ese cuadro de Böcklin titulado “La isla de los muertos”.