Nadie estamos preparados para la muerte de una amiga o un amigo. No lo estamos para la muerte en general de las personas a las que queremos, pero nos cuesta mucho aceptar que aquellos con quienes caminamos generacionalmente, de pronto un día ya no sigan nuestros pasos. Es un dolor intenso, que se clava, que duele, que no remonta, pero con el que hay que vivir y seguir avanzando. Porque la vida es eso. Y solo queda recordar y sonreír entre lágrimas por todo lo vivido, que es mucho. Porque los amigos son esas luces que nos marcan la ruta, que nos recolocan y nos sostienen. Son como la familia elegida, tan importante o más que la familia de sangre. Salir al escenario ante casi 14.000 personas a cantar y darlo todo en un espectáculo de altura cuando tienes el corazón roto fue todo un ejercicio de generosidad y de fuerza para Fito. El cantante vasco llegaba a Iruña en la primera cita tras la muerte de su amigo Robe Iniesta. Un amigo con el que ha compartido días y noches, luces y sombras, canciones y versos, caídas y vueltas a empezar. El monte de los Aullidos, es el título de la gira con la que Fito llegó al Arena. Aullidos quebrados en muchos momentos del concierto en los que no pudo contener la emoción y se rompió, señalando al cielo, como en Las nubes de tu pelo. No hacían falta muchas palabras para sentir que toda esa música sonaba esa noche en homenaje al amigo, al poeta. Que el rock, la música, era la tabla de salvación cuando la tristeza asalta por todo los lados. Un concierto difícil, un viaje de emociones, una catarsis colectiva, un recuerdo de que siempre hay que vivir y celebrar el presente. Es lo más seguro que tenemos. Fito dio las gracias varias veces por sentirse acompañado en una noche triste, pero es a él a quien hay que agradecer esa lección de amistad.
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