Como muchos de nosotros que ya pasamos de los 50 he visto La Princesa Prometida –maravillosa banda sonora de Mark Knopfler–, Cuando Harry encontró a Sally, Misery o Algunos hombres buenos, cuatro de las muchas películas que dirigió Rob Reiner, que también produjo la no menos legendaria Cadena Perpetua. Reiner, de 78 años, falleció el domingo pasado asesinado junto a su esposa al parecer a manos de su hijo mediano, de 32 años, con numerosos antecedentes de consumo de drogas y problemas mentales. La noticia, tenebrosa donde las haya como todo parricidio doble, cayó como una bomba en el universo cinematográfico y artístico de los Estados Unidos y sirvió una vez más para comprobar que Donald Trump es un psicópata, puesto que escribió un texto deplorable sobre Reiner, casi justificando su muerte a causa de su postura anti Trump.
El caso es que el tema, lógicamente, lleva toda la semana siendo fuente de atención en los medios y redes estadounidenses, con el hijo ya detenido y a la espera de un juicio en enero, a la vez que ha sacado a la luz la inmensa dificultad que debe de ser para unos padres y para una familia entera relacionarse con personas adictas que han tenido tantas recaídas –se habla de que este muchacho en concreto entró en rehabilitación 17 veces y que pasó temporadas viviendo en las calles– y que han sufrido tanto. Un auténtico drama, en todo caso, tanto por la vida llevada como por el desenlace, del que aún quedan por aclarar tanto la autoría como la cronología pero que todo hace indicar que fue a manos de ese hijo con el que horas antes habrían mantenido una discusión en una fiesta. Un ejemplo más de que nadie, ni siquiera las elites económicas –o quizás ellas incluso con más posibilidades– está exento de caer en espirales autodestructivas y protagonizar historias de final triste, de las que Hollywood y el mundo cultural en general son escenario habitual.