Tenemos la oportunidad de ensanchar los espacios de la libertad en estos tiempos tan aciagos y fundamentalistas que nos han tocado vivir. Formar una sociedad en la cual el espacio público, el político y el religioso se mimetizan vinculándose exclusivamente hacia un credo determinado como ocurre en Navarra y en el Estado español, donde la identidad se construye desde la ortodoxia católica: véase el patrón de Navarra o los lazos entre monarquía y catolicismo, es una sociedad mermada en el respeto y derechos de sus ciudadanos. La identidad social, ciudadana, queda reducida a la identidad religiosa lo quieras o no. La vinculación de actos políticos con actos religiosos se perpetúan en un intento de reducir la ciudad de los seres humanos a una supuesta ciudad de Dios

El laicismo si es algo es respeto al ámbito privado de la espiritualidad, a la desvinculación y desligación de esos dos ámbitos, y también es un avance hacia la profundización de los Derechos Humanos. Con la laicidad, la república, la ciudad de todos hunde sus raíces democráticas en la libertad de conciencia y simultáneamente fortalece el espacio común, un demos que, siendo comunitario, protege la conciencia individual como principio rector de la estructura social.

Sin embargo, en esta democracia se privilegia a unos y se desfavorece a otros. Pongamos algunos ejemplos:

1. En la escuela pública todavía se imparte una asignatura como es la religión católica, exigiendo a los padres que manifiesten a través de sus hijos la adhesión a un credo o a ninguno.

2. En el ámbito político y público muchas corporaciones marchan detrás de la jerarquía eclesiástica, exhibiendo estatuas de santos y multitud de vírgenes en un intento de mediatizar el espacio democrático conseguido por todos.

3.Y en el ámbito económico se financia directamente de acuerdo a un tratado preconstitucional a una religión como es la católica

Unos símbolos que han valido tanto para un roto como para un descosido, y sino remontémonos a la época del régimen nacional católico, con todos sus tentáculos abiertos para acallar todo pensamiento heterodoxo se alzan como estandartes del fundamentalismo en este régimen que osa llamarse democrático.

Es necesario que desde la consideración y el respeto a la pluralidad de creencias y no creencias ofrezcamos a la sociedad la posibilidad de engrandecer y ampliar nuestros espacios de libertad y tener como fundamento político y social la carta de la declaración de los Derechos Humanos.