Antes de ayer volví a observar cómo casi atropellan a una chica por ir hablando con su bb. Ayer un chico se quejó al conductor de la villavesa porque se le pasó la parada al ir mirando a su bb. Y cada día soy víctima de cómo cada vez más y más grupos de jóvenes viven enganchados a un aparato que alimenta sus, todavía inmaduros, cerebros.
Sal a la calle. Observa un grupo de chicos y chicas. En menos de medio segundo, cinco de ellos ya estarán pegados a su bb ignorando a quien pretendía mantener una conversación sino seria, al menos directa, con ellos. Es imposible.
Y yo digo, si por cada minuto; mejor aún, si por cada tecla que tocan estos muchachos enfermos cayera un céntimo del cielo a la pequeña isla de Haití, ¿no creen ustedes que hace tiempo que nos habríamos mudado de país?
Haití. El terremoto de Haití. Los 316.000 fallecidos, 350.000 heridos y más de 1,5 millones sin hogar, de Haití. La gente se muere de hambre en Haití. Y ya está. Fin de la historia. Se acabó. Ya no hay más titulares en los periódicos, ni más noticias televisivas que recuerden a esas personitas que sobrevivieron a la catástrofe y que siguen allí, esperando ayuda, nuestra ayuda.
Cómprenle una Blackberry a su hijo por Navidad. Después vayan a Haití e intenten regalársela a ese niño de tripita gorda, ojos llorosos llenos de moscas, sentado al lado del cadáver de su madre. Díganme si no es humillante que nuestra vida y nuestra felicidad dependan ahora de un teclado y una pantalla minúsculos.
A todas esas madres y padres de Blackberrys aparentemente sedientos de comunicación yo les digo: levantad la cabeza. Observad lo que os rodea y si os gusta, que os gustará (porque vosotros no vivís en Haití), entonces sí, adelante, sacadle una gran foto con vuestro bebe.