Fue en la década de los 40, quizás cuando más fuerza tenía el boxeo, cuando iba a celebrarse la disputa del título mundial de los grandes pesos (pesos pesados) entre Joe Louis (conocido como el bombardero de Detroit) y Billy Conn (el mortífero pegador Yanki) y las apuestas entre los quinielistas del Mádison salieron diez a uno a favor del entonces campeón Joe Louis, y sin embargo, de no haber sido derribado el aspirante en el último asalto, hubiera ganado a los puntos dado que llevaba ganados 14, en una distancia de 15. Fue un combate para la historia.
Si bien en política no se celebran campeonatos del Mundo, menos mal, sí podíamos hacer una cierta similitud, salvando distancias, con las campañas electorales, a las que nos tienen acostumbrados nuestros políticos. En todas las categorías, donde encuadraríamos a nuestros políticos, desde los pesos gallos, moscas... hasta los pesados, los combates son encarnizados durante cada legislatura y toman verdaderamente fuerza según se aproximan los comicios, para decirnos quién será el campeón que ocupará el Palacio de la Moncloa.
Algunas voces piensan que más se parece a la lucha libre que al boxeo, dado que en aquella proliferan los insultos, los golpes bajos, etcétera y sin embargo esto no ocurre en el noble deporte de las doce cuerdas, que es como se le conoce al boxeo, dado que en la lucha suele ser habitual salirse fuera del ring y continuar dándose patadas en el suelo. Próximo como estamos a celebrarse el campeonato entre los pesos pesados (que por cierto les va muy bien las siglas de PP y PS) solo deseamos se respeten la reglas de juego, como se hace en el boxeo, y se olviden de las irregularidades tan impresentables que se dan en la lucha libre. Que así sea.