Además de los enfermos afectados directamente por los recortes sanitarios, hay algunos daños colaterales que afectarán gravemente a las mujeres. Dados los cambios que estamos sufriendo, tenemos ejemplos para pensar que los enfermos necesitarán cada vez más la atención en el domicilio por parte de algún miembro de la familia. Las altas hospitalarias se hacen rápidamente y sin negar su oportunidad médica, sucede que una vez en casa, la distribución patriarcal de los papeles dentro de la familia da a las mujeres el papel de cuidadoras. Esto supone pedir permisos en el trabajo, reducciones de jornada y, en casos de enfermedades crónicas, muchas tendrán que dejar de trabajar. Así se pueden quedar sin jubilación si dejan de cotizar.

Por otra parte, no podemos confiar en la ayuda de los servicios sociales todavía muy poco desarrollados y ya recortados. Para acabar de completar nuestro panorama, justamente el sector de servicios en Cataluña, como en España y en la UE, es el que proporciona más del 82% de los puestos de trabajo que ocupan las mujeres. El recorte nos devuelve al trabajo doméstico.

Seguiremos haciendo gratis en casa lo que podríamos hacer de forma remunerada. Perderemos, además de la mayor o menor independencia económica y la cotización para la jubilación, y el IRPF que aportaríamos al conjunto de la comunidad, el derecho al descanso, un contacto social, y la posibilidad de mejorar la preparación técnica. La disminución de actividad en los CAPS repercutirá también en la detección de la violencia machista en estos centros, y que representa un 40% de los casos denunciados. La sociedad, y particularmente las mujeres, haremos un paso hacia atrás colectivo muy importante si dejamos que los recortes se consoliden.