No hay que sorprenderse: son cosas del fútbol. Es una más de las barbaridades que ocurren cada semana en muchos campos de fútbol (que no de tenis, golf o rugby).

Como vengo diciendo desde hace tiempo, pensar que se puede acabar con las agresiones físicas sin antes tratar de llevar a cabo una revolución total de valores es absurdo. Por desgracia, el fútbol vive en un ambiente degradante en el que casi todo lo moralmente negativo puede suceder (ya se sabe: el negocio por encima de la ética).

El sábado por la noche, en Valencia, los jugadores del equipo local protestaban al árbitro y lo empujaban como si fuese un monigote (por cierto, ante una jugada que no se ve con claridad ni con diez mil repeticiones). Por su parte, los aficionados llevaban todo el encuentro insultando a los árbitros y a los jugadores del Real Madrid. Y esto no es solo en Valencia, claro está. Éste es el ambiente típico del fútbol. Entonces, ¿quién puede extrañarse de que se lance un paraguas a un ser humano?

Hace poco escribía sobre la necesidad de una huelga nacional de árbitros (como forma de invitar a la reflexión y de iniciar un cambio de valores en el fútbol que es más que necesario). Ahora, con el paraguazo, muchos dirigentes de clubes, federaciones y comités de árbitros dirán que hay que acabar con la violencia; pero, por supuesto, de medidas de verdad, de iniciativas serias a nivel nacional, nada de nada. Y, en definitiva, que nadie se preocupe y que siga el negocio, aunque no el respeto.