Yendo un viajero por el desierto se encontró a un caminante a punto de morir de sed y le preguntó cuánto estaría dispuesto a pagar por una botella de agua bien fresquita, el caminante le dijo que le daría todo lo que poseía; lo malo es que el viajero no tenía agua para darle. Bien, ésa es la metáfora, el paralelismo es el que se produce con esta reforma laboral en la que el Gobierno y la patronal pretenden negociar con el tipo sediento del desierto o, lo que es lo mismo, con una colectividad laboral sedienta de trabajo, con una botella de agua que no poseen. Si en este momento los sindicatos dijeran que están dispuestos a aceptar las condiciones que propone la patronal en lo que tiene que ver con los salarios, las condiciones de despido..., por muy leoninas que éstas fueran, siempre y cuando pusieran encima de la mesa, digamos... tres millones de puestos de trabajo, dirían que no puede ser porque no tienen ni uno. ¿Y entonces, de qué estamos hablando? Es de suponer que primero habría que activar el mercado, fomentar la formación de empresas competitivas, hacer que los bancos den créditos no solo a los partidos políticos, también a las pequeñas y medianas empresas para que puedan seguir adelante. Es decir, crear las condiciones necesarias para crear puestos de trabajo. ¿No será que lo que pretenden es aprovecharse del terrible momento laboral de este país y de la manera menos solidaria y más deleznable atenazar a los trabajadores aprovechándose de la situación para acabar con los logros conseguidos por éstos en las últimas décadas y sacar ventaja, una vez más, por si en un lejano día vuelve a haber trabajo en estas tierras?

Recientemente hemos visto con motivo de la última subasta de la deuda, que bancos, ya sea españoles o extranjeros, que habían recibido dinero público al 1%, compraban la mencionada deuda al 3,3%. Pero no hay dinero para las empresas. Ése no parece que sea el camino. ¡Qué mal se le pone el ojo a la yegua!