El 18 de enero del pasado año, diez jóvenes vascos fueron detenidos en Euskal Herria. Unos por la Guardia Civil y otros cayeron en manos de la Policía Nacional. Los primeros fueron torturados. Seis entraron en la cárcel y cuatro puestos en libertad. Pido perdón de antemano a ellos, a sus familiares, ya que en esta carta quiero recordar, aplaudir, al vecino de Noáin, Miguel Ángel Llamas, más conocido como Pitu.

Quiero recordar el trabajo que realizaba, que era precisamente lo que los políticos de turno no se cansan de repetir: democracia y libertad de expresión. Pitu acudía a ruedas de prensa, entrevistaba a familiares de presos, con su micrófono en mano y su cámara al hombro, grababa cuando un preso era recibido por sus familiares, amigos, grababa lágrimas, sonrisas, abrazos, besos, entregas de ramos de flores, enfocaba al dantzari mientras bailaba el aurresku, y por este motivo y no por otro, se halla a 500 kilómetros de sus seres queridos desde hace un año, a espera de juicio.

Voy a ser cansino, pero tengo que volver a repetir las palabras que, por esculpidas en bocas de políticos, se han evaporado cuando se tiene que aplicar a muchos vascos y vascas: democracia y libertad de expresión.

¿Donde está la libertad de expresión de Pitu? Entre rejas, esa es la verdadera libertad de expresión que ejercen y ejecutan políticos, jueces y no nos olvidemos de algunos plumillas.

Pitu realizaba su trabajo a cara descubierta, sin esconderse, hacía el trabajo periodístico que muchos profesionales de las letras y telecomunicaciones ocultan, esconden, pero que jamás podrán callar, cincelar la verdadera realidad de lo que acontece a muchos de nuestros amigos, amigas, familiares.

Están entre cuatro paredes por luchar y trabajar por nuestro pueblo. Pitu después de hacer su trabajo lo colgaba en una página web, que todo el mundo podía ver. Por este motivo se encuentra en la cárcel.

Ánimo, Pitu.