República bicolor
Desde hace muchas primaveras no florecían tantas banderas tricolores. En parte es comprensible. Ante la profunda crisis económica, cada vez hay más gente descontenta con la monarquía, tal vez la parte más visible y fácil de entender de un sistema excesivamente complejo y que ahora no funciona bien.
Pero la bandera roja y amarilla no debe ser un tema de discusión. Fue la que utilizó oficialmente la I República. El que algunos quisieran añadirle una franja morada se debió a motivos patrióticos, que nada tenían que ver con la forma de gobierno. Creían que la rojigualda simbolizaba a España de una forma incompleta, por parecer un mero jirón de la enseña de los antiguos territorios de la Corona de Aragón. Por ello quisieron añadirle una franja morada, para representar a Castilla. Alude a ello el decreto de 27 de abril de 1931, que establece el símbolo de la II República: "Hoy se pliega la bandera adoptada como nacional a mediados del siglo XIX. De ella se conservan los dos colores y se le añade un tercero, que la tradición admite por insignia de una región ilustre, nervio de la nacionalidad, con lo que el emblema de la República, así formado, resume más acertadamente la armonía de una gran España".
Fueron el golpe de Estado de 1936, la guerra y las cuatro décadas de dictadura los que le confirieron un sentido casi mítico. A su vez, el franquismo concitó la aversión contra la rojigualda de mucha gente. Pero todo eso ya quedó atrás. Llevamos más de tres décadas de democracia y está claro cuál es la bandera. La inmensa mayoría de las personas identifican a la bicolor con España. No merece la pena colocar a gran parte de ellos en el campo contrario por una cuestión tan baladí.
La tricolor pertenece a todos los españoles, ya que representa a un periodo democrático de nuestro pasado. Pero debe ser un hermoso recuerdo, un símbolo meramente histórico. Porque la nueva república española, o será bicolor o no será.