Escribo desde la Biblioteca General de Navarra ubicada en el barrio de Mendebaldea. El motivo es dar testimonio escrito de lo penoso que resulta navegar por internet a través del servicio wifi que ofrece la biblioteca. Me imagino que no seré el único que ha sufrido tales penurias, y más de un lector compartirá esa frustración que supone navegar por internet y que la página se te quede constantemente colgada. Y no estoy hablando de la imposibilidad de descargarte pesado material audiovisual, sino de simples tareas como consultar los diarios digitales.
Lo primero de todo no entiendo porque no se asigna a cada socio de la biblioteca una contraseña y número de usuario con el que acceder a la red para evitar el intrusismo de aquellos que no sean usuarios de la biblioteca, o su motivo de acceso no sea académico/cultural. En segundo lugar, y si es imposible dar un servicio digno, sería más honorable que el usuario pagara un precio asequible por el uso de una conexión mínimamente en condiciones. La txartela podría servir como monedero. Esta bien tener un buen catálogo bibliográfico, y hasta hace no mucho esa era una de las principales funciones de las bibliotecas, pero parece que los señores gobernantes, abstraídos en su torre de marfil no se dan cuenta que vivimos en la era de la información digital. La atención al ciudadano se ve reducida a cenizas con este tipo de situaciones que dejan en evidencia el más mínimo interés en una gestión eficiente de los servicios públicos. Este evento descrito no es nuevo, sino que se lleva produciendo desde que la Biblioteca General de Navarra fue pomposamente inaugurada por el aquel día presidente Miguel Sanz. A qué motivo se dedicará el dinero ahorrado por el inminente cierre del Instituto Navarro de las Artes Audiovisuales y Cinematográficas (INAAC) es una incógnita, pero dados algunos antecedentes, es dudoso que sea para algo moralmente aceptable. Vergonzoso y tercermundista.