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Más feo que pegar a un padre

En la Grecia de Sócrates la palabra bello incluía la idea de bondad y, como en castellano, se consideraba que hay comportamientos hermosos, morales, y otros muy feos, inmorales. En este sentido, la fealdad nos está invadiendo, y no sólo ha sucedido en el campo de las bellas artes, sino también en la vida cotidiana. Cada vez son más los progenitores que se quejan de que no pueden con sus hijos y que éstos les maltratan e incluso acuden a los tribunales. Uno y medio de cada diez delitos de menores consiste en la agresión a quienes les dieron la vida y les cuidan... “No muerdas la mano de quien te da de comer”, suelen decir, pero cuando es la mano amable de una madre que lo sufre todo o un padre paciente, parecen cambiar los términos. El muchacho que golpea o grita a sus padres sabe que ellos le aman, pese a todo, y por eso se dejan -son débiles-, si bien él los desprecia. Es labor de años: una pérdida progresiva de la autoridad, más que del poder (la distinción clásica entre auctoritas y potestas).

Cuando se tiene que imponer algo con la fuerza es que la autoridad se ha perdido, pues ésta se respeta. Esta garantía se ha deshecho en una parte de nuestra sociedad. Muchos padres han perdido el aura moral de una autoridad casi sagrada de la que en otros tiempos fueran investidos, pero además han perdido incluso el poder, ya que el adolescente o el joven que engendraron puede ser más fuerte que ellos, física y psicológicamente, a la hora de luchar. Por eso acuden a los juzgados. No saben qué hacer con la persona que engendraron y que ha mutado de una encantadora criatura en un individuo terrible. No extraña que haya cierto sentimiento de culpabilidad, pues ellos lo fabricaron y lo arrojaron al mundo, y el mundo no tiene porqué ser culpable de recibir ese feroz ser. Son responsables, aunque algunos psicólogos gusten de eliminar el sentimiento de culpa. A veces uno se equivoca. Mejor reconocerlo y buscar la solución que negar los hechos. Suelen darse esos muchachos, propios de una sociedad enferma, por la ausencia de normas, de unos valores claramente definidos, y algunos hijos adquieren el síndrome del emperador y esclavizan a los padres, como su servidumbre. Cuando se conceden todos los deseos y se eliminan el esfuerzo y el respeto se hunde la educación. Hay que aprender a recibir la negación. La vida no es sólo de color rosa, y el rosa puede sangrar con el paso lento del tiempo y devenir oscuro rojo.