Verán ustedes, cómo explicar la impresión que se puede llevar uno cuando leo la carta que publica el señor Fermín Martínez en la sección de Cartas al Director, y de la cual cito textualmente “nunca hemos tenido fama -los carlistas- de dedicarnos a asesinar en la retaguardia, ni siquiera en tiempo de guerra”. Lo leo y vuelvo a leer, por si no lo he interpretado bien, y ante la evidencia de que no hay error por mi parte, empiezo a experimentar una amarga sensación, mezcla de incredulidad y enfado. ¿Puede ser que a estas alturas de la historia alguien se permita negar lo que es más que evidente en la memoria de la ciudadanía de Navarra y en la gran cantidad de trabajos publicados por los historiadores en los últimos años?

Señor Martínez: quien asesinó a los cerca de 3.500 navarros, represaliados por sus ideas en una provincia que no había frente de guerra, ¿acaso se suicidaron? Pues no. Fueron detenidos, interrogados, en muchos casos torturados, para acabar siendo asesinados por la extensa geografía navarra. ¿Y quién lo llevó a cabo? La organización en su mayor parte corrió a cargo de la Junta de Guerra Carlista, y en menor medida por la Falange. De todos es conocido el nombre de Benito Santesteban, y es solo un ejemplo. Usted, que pide nombres, lea los trabajos publicados, porque aquí no habría sitio suficiente en estas líneas para ponerlos a todos los que se conocen, que no son todos. Soy sobrino de Galo Vierge, y le recomiendo que lea su libro Los culpables, donde podrá hacerse una idea de lo que fue aquello, del miedo instaurado en la sociedad a ser detenido por las patrullas de los carlistas, porque equivalía a una condena a muerte?

Después de tanto dolor y sufrimiento, que usted quiera negar el derecho de las víctimas a la memoria, ya que a la justicia y a la reparación aún están esperando, es simplemente una perversión. Empiecen ustedes los carlistas a reconocer el daño causado y pidan perdón. Para las víctimas ya es tarde, pero para sus herederos quizá sería un alivio, junto con recuperar los restos de sus padres y abuelos que aún están buscando por las cunetas donde los carlistas del 36 los dejaron.