Hace un mes aproximadamente fui al frontón Labrit a ver un partido de pelota. Hace muchísimo tiempo que no iba a un partido de pelotaris profesionales. Antes de ir al frontón tuve junto a unos amigos una excelente comida. Preámbulo perfecto.

Como no podía ser de otra manera, el grupo debía dividirse respecto a su preferido para la victoria de ese día y así darle emoción al partido y crear un pique sano. Algunos y algunas vitoreaban a Olaizola y otros y otras, yo incluída, a Iker Irribarria.

Afortunadamente desde pequeña me he arrastrado y manchado la ropa junto con mi hermana por la cancha del viejo frontón Lizarra; afortunadamente digo porque desde muy pequeñas mi padre nos llevo con él prácticamente a todos los partidos que allí se jugaban y yo diría que también a los entrenamientos. Eso nos permitió disfrutar de este deporte que, además de ser bello y noble, es nuestro deporte.

Actualmente un miembro de nuestra familia juega a pelota. Arriba he mencionado que hace mucho tiempo que no iba a ver jugar a pelotaris profesionales pero ese contacto o ese vínculo con la pelota sigue muy vivo en mí ya que todos los fines de semana voy al frontón. A veces se ven partidos tan buenos que disfruto tanto o más que viendo a los profesionales.

Creo que era importante explicar mi arraigo con este deporte desde pequeña para explicar lo que sentí en el partido del Labrit. Es bastante decepcionante que, cuando está jugándose el primer partido haya butacas vacías y se llenen todas cuando salen a cancha los estelares.

De todos modos lo más grave y lo que quiero denunciar es lo siguiente: cuando Aimar Olaizola salió a la cancha parte del público empezó a silbarle. Ahí ya me descoloqué. Pero la gran decepción vino cuando esos silbidos se repetían cada vez que iba a efectuar el saque incluso cuando hacía esos maravillosos tantos que hace.

Era la primera vez que veía algo así en un frontón. Era como si entre todo lo que yo he vivido durante estos años (y tengo ya unos cuantos) y entre lo que estaba sintiendo en ese momento hubiera un abismo. Sentí incluso vergüenza.

Entre el público había niños y niñas; supongo que muchos de ellos futuros pelotaris que sienten admiración por los profesionales. No creo que sea un buen ejemplo tampoco para ellos.

Me gustaría que la pelota siguiese diferenciándose del ambiente que hay en otros deportes y que sirva para que nuestros niños, niñas y jóvenes sigan practicando deporte en un ambiente sano y con deportividad.