Oigo por la calle: “Juli me pone a parir por antigua”. Los que nacimos a mitad del siglo pasado, pobres o ricos, recibimos una educación, quizás estricta, de nuestros padres. Había que irse a la cama no más allá de las nueve, comerse lo que te servían en el plato, lavarse bien para ir a la escuela donde, en el recreo, nos comíamos un trozo de pan con una onza de chocolate o un contundente bocadillo de chorizo. Nos enseñaron a ser puntuales, a comer lo que se cocinaba en casa. Como éramos muchos hermanos jugábamos a radios, al orón, o escuchábamos a Matilde, Perico y Pericón alrededor de la mesa camilla. Si te aburrías, en un cuarto oscuro descubrías a Gulliver. Nos llevaban el fin de semana al campo, a pasear por la C/ Comedias, a ver el Sábado Gráfico en el Avenida. Sí, íbamos a misa en familia, obligados por la madre y la Jerarquía eclesiástica. Nos hacían rezar en el colegio y nos confesábamos de las pequeñas maldades. En fin, creo que fuimos educados en casa y aprendidos en la escuela, no disponíamos de una gran libertad de expresión, pero los domingos empezamos, adolescentes, a ir al monte con algún club de montaña y, en verano, íbamos en bici o tren a bañarnos a la huerta El Moro, a Minetas, a la playa de Arre o a las piscinas de algún club. Fuimos felices, yo al menos, no se nos quedó ningún trauma en la psique. Fue una vida joven sana, nos hicimos más críticos al llegar la democracia en Transición pero fuimos, a nuestro estilo, modernos.
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