Señora Beltrán, el que subscribe no es político de oficio ni beneficio. Por lo que me siento liberado de la cortesía parlamentaria (no de la educación) y le voy a hablar como hablan en su pueblo y en el mío, a la cara, mirándole a los ojos. Voy a explicar dos o tres cosas que hasta usted puede entender. Soy de un pueblo frontero con Aragón, que, medio en broma medio en serio, suelo comentar que cuando acaba mi pueblo empieza España. Soy navarro y vasco aunque no quiera; y además me siento orgulloso de serlo. Usted, ya sabemos que es maña, aragonesa, y a mucha honra; ya sabemos también dos cosas: que le pagan bien y que es muy duro ser maño en Navarra, según dicen. Señora Beltrán, dicho todo esto, también le quiero decir que no le voy a permitir organizar mi vida ni qué tengo que hacer y decir como navarro y como vasco; ni le voy a permitir que me diga qué debo estudiar ni yo ni mi familia. Está bien que haya gente como usted, porque así se ve blanco sobre negro qué es un insulto a la inteligencia. Coja la burra y sus botijos y váyase a su pueblo, que los nuestros son mejores, más bonitos, baratos y de mejor calidad. Yo no voy a ir a su pueblo a decirle qué tienen que hacer o decir o estudiar. En euskera, que mal que le pese es la lengua de los navarros, de todos y cada uno, lingua navarrorun, se dice: alde hemendik. Hay una jota vieja que canta: “Navarro hasta la muerte, español si me conviene y si me quitan los fueros, francés el año que viene.” Si le cambia alguna palabra lo entenderá mejor. Otro día se lo explico.
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