La enfermedad insidiosa se delató, lo recordaba en su última hora lúcida, cuando perdió su ebook. Bibliotecaria avezada, se dio cuenta de que un profesional no olvida el libro que tuvo entre sus manos, el que sus ojos revisaron para catalogar y clasificar, colocarlo en el sitio oportuno de la biblioteca para el lector conveniente. El libro, en su forma de papel o electrónico, es herramienta de transmisión de conocimiento, mensaje de memoria, cualidad preciada de la especie humana. Somos y prosperamos, porque recordamos. Ella no iba bien pero tampoco Venezuela, a la que llegó niña de la postguerra europea, con una maleta de cartón. Durante años de trabajo, estudiando en régimen nocturno la carrera de Bibliotecología que ofertaba la Facultad de Humanidades de la Universidad Central, ocupaba el día en diversas actividades bibliotecarias, urgido con la democracia el deseo de que la sociedad obtuviera moral y luces como reclamó Bolívar. Mantuvo su maleta de cartón porque le alertaba de la penuria europea y de la bonanza de la Tierra de Gracia.

Gerenció las bibliotecas de la de Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas y de la Escuela de Filosofía de la Universidad Central. Realizó trabajos bibliográficos de impecable ejecución profesional, uno de ellos el del filósofo navarro exiliado, Juan David García Baca. Fue medalla de oro de Bibliotecología. Accedió a una cima profesional de la que estaba orgullosa, aunque jamás alardeó. Lo consideraba resultado de un trabajo incesante mientras ejercía y con éxito, de esposa, madre y abuela. Habla 4 idiomas. Venezuela se derrumbó y la derrumbó. Cuando le incautaron la casa, fue poniendo uno a uno los libros de su biblioteca de 40 años, en el umbral, viendo cómo los estudiantes agradecidos se los llevaban. Cuando portearon su edición del Anillo de los Nibelungos, con su ciclo de 4 óperas de Wagner en disco de vinilo, el dolor fue tan intenso que comenzó el olvido. A una le pueden quitar sus propiedades, ganadas con el sudor de de su frente, ella recordaba el socialnacionalismo alemán que afectó a sus padres, por un estado que se erige en dueño de las mismas; a una le pueden dejar deambulando por las calles semejantes a trincheras por los montones de basura, ver a los niños no escolarizados y desnutridos, adolescentes convertidos en narcotraficantes, padeciendo falta de sanidad, residencias, medicinas, comida, jubilación. Pero si además le despojan de sus libros, ¿qué queda de valor para seguir viviendo? Los libros son la argamasa con que se forja una vida. Vínculos con el pasado, instrumentos de futuro. Castillo de sobrevivencia. Torre de defensa contra el dogmatismo. Baluarte de libertad frente a la opresión. Sus hijos, como parte de la juventud venezolana, se fueron del país, con mejor suerte que otros: no trajinaron cientos de kilómetros con los bártulos al hombro para acceder a la Cúcuta fronteriza. Su marido fue enterrado en tierra venezolana y ella resistió desposeída de todo, menos de la esperanza de que las cosas cambiaran a mejor. Finalmente, acorralada por la situación, agarró el ultimo avión de una Maiquetía caótica, dejando atrás una autopista franqueada por mas ranchos de lo nunca visto -ni se había solucionado el problema de la vivienda del pueblo-, rumbo a ninguna parte, con su maleta de cartón en la mano. En su interior cargaba la medalla dorada. Hasta eso le robaron. Sus ojos carecen de la mirada sagaz de catalogadora de textos jurídicos y filosóficos: semejan dos cuarzos rotos, su sonrisa, una mueca torcida. Sin saber quién era yo, sin embargo, al oírme, su memoria regresó al día en que fuimos a Barquisimeto, para elaborar el catálogo de los instrumentos musicales de Venezuela. Pronto se hundió en la tristeza. De alguna manera sabía que estaba desvariando y a la pena se avino la vergüenza. Una se pregunta de qué modo la humanidad debe juzgar a los salvapatrias, a los vendedores de humo, a los que prometen el Dorado que solo consiguen para ellos: Hitler, Stalin y Chávez, los que a la bibliotecaria le tocó soportar. Los que en nombre de una doctrina torcieron su vida y la de sus padres y descendientes. La enfermedad insidiosa que la atormenta tiene raíces psicológicas, de no aceptación de la tremenda realidad. Cuando linda la lucidez, registra en su espacio vacío para recuperar la maleta de cartón y la medalla, pero su búsqueda la agota. Están perdidas. Ella lo está. Mi amiga forma parte de la hilera infinita de civiles no catalogados ni clasificados, que sufren los rigores de las dictaduras y sus desmanes. De los abusos de poder y falta de humanidad. Seres anónimos que resisten hasta ese límite de la indefensión. Como los millones de muertos de la 1º Guerra Mundial cuyo final hace 100 años conmemoramos, y que dejó como azote final la gripe española que acabó con más gente. Se abarrotaron los cementerios de los continentes. En Caracas, el de Los Hijos de Dios. El poeta Andrés Eloy Blanco recitó sobre un limonero prodigioso, florecido en la esquina de Miracielos por donde pasaba en los días santos el Nazareno de San Pablo y que fue talado y que tuvo ...una casa y la perdió / y tuvo un patio y una tapia / y un limonero y un portón. / Malhaya el golpe que cortara / El limonero del Señor...

La autora es bibliotecaria y escritora