Resulta que el señor Juncker, nada más y nada menos presidente de la Comisión Europea, dice ahora compungido: “No fuimos solidarios con Grecia: la insultamos, la injuriamos”. Muchos ya lo sabíamos. Sabíamos que mentían.

Algunos pensábamos que Europa era un sitio para ser feliz y los que mandan nos han demostrado que también eso era mentira. ¿Quién se hace responsable de los suicidios habidos, del dolor causado, de los desahucios, del hambre y del frío, de la lucidez tremenda de la soledad en medio de la noche, mientras los responsables financieros se rascaban la barriga?

Antes le tocó a Grecia, Portugal, España, etcétera. Ahora les toca a los emigrantes de Siria, Afganistán y África, que huyen para poder vivir en esa Europa que ha dejado de ser un sitio para ser feliz.

Las lágrimas de cocodrilo no se convierten en diamantes. Queremos viento plácido, no aliento de sepulturero.