El pasado día 25 fui al teatro al Auditorio de Barañáin. Con la entrada en la mano ya tenía la seguridad de que no saldría indiferente de aquella representación. Desde aquí una invitación general, si no de obligada visión, absolutamente recomendada: Que nadie camine por mi mente con los pies sucios.

Asistí a una puesta en escena valiente, real y del todo necesaria hoy día. Dentro del proceso de trabajo, Derechos Humanos a Escena, una docena de actores/actrices en el reparto, junto al equipo técnico plasmaron sobre las tablas uno de esos grandes tabúes actuales al que nos desagrada mirar y afrontar como sociedad: la enfermedad mental.

Desde la penumbra y el cobijo que ofrece la butaca, resonaban palabras e imágenes amargas y verídicas que llegaban desde el escenario: encerrados, silenciadas, drogados, taradas?

Nadie estamos libres de pasar por una situación de enfermedad mental. Nadie lo escoge. Lo intento entender, pero que no me toque de cerca por si acaso. El miedo, el rechazo, una barrera seca mi boca. No se sabe cuánto heladora e incomprensible puede llegar a ser la salpicadura de una vivencia así en una persona querida de mi entorno hasta que se vive de piel a piel. ¿Y si me toca a mí? Quién sabe. Las estadísticas son claras y yo también estoy dentro de ese bombo no deseado.

Enorme agradecimiento a esas personas (antes que enfermas), que tuvieron la generosidad y confianza de desnudarse ante el patio de butacas y desvelarnos con humor, amor y exquisita finura lo angostos y oscuros que pueden llegar a ser los laberintos que dicta la cabeza, siendo capaces de afrontar la vergüenza y muchas veces, sin duda lo creo, la tristeza y la soledad generadas por una vivencia así.

Muchas veces es más cómodo mirar al suelo o a una pantalla antes que observar mi alrededor. Gracias también a los hermanos Bernués (Acrónica Producciones) y a Ados Teatroa, por mostrarnos y posibilitarnos este gran punto de vista.

Próxima parada: hoy domingo, día 3 de febrero, en Mutilva.

¡Muchísima mierda!