tras el fracaso del comunismo y pese a los esfuerzos de Adorno, Horkheimer y Habermas, pensadores de la escuela de Frankfurt, cuya pretensión ha sido conceptualizar las injustas condiciones sociales del sistema capitalista y reformular una izquierda que lleve a cabo el cambio necesario, el socialismo europeo ha sufrido un declive preocupante. Quizá hoy en día sea algo confusa la diferencia entre la derecha y la izquierda, hasta el punto de que Fukuyama afirma que esta división ideológica está superada, declarando la muerte de las ideologías. Y en este sentido proclama la universalización de la democracia, el capitalismo liberal y la economía de mercado como constitutivos del estadio definitivo de la evolución de la historia y del pensamiento humano. Los grandes relatos, la lucha de clases o cualquier discurso que remita a los ideales de la Ilustración, que perseguía la emancipación de la humanidad, han perdido su sentido. Es cierto que cuando la izquierda se muestra débil y desunida, cuando abandona la protección social, se adhiere acríticamente al crudo totalitarismo del mercado o es connivente con la salvaje globalización neoliberal, es decir, cuando descuida su razón de ser, la derecha se expande y aplica sin complejos sus políticas excluyentes que causan ingentes bosas de pobreza. Sin embargo, mientras existan graves desigualdades e injusticias, e impere la libertad negativa, la que disfrutan las minorías económicamente pudientes, excluyendo de facto al resto de la población, la izquierda está obligada a reorganizarse, a construir intelectual, social y mediáticamente el cambio social necesario. La izquierda no solo no ha muerto, sino que es más necesaria que nunca. El problema se centra en la complejidad que implica la deconstrucción de los elementos estructurales del neoliberalismo, la globalización, el control de la ciencia y la tecnología, la gestión de la información a gran escala o big data, la desregulación del mercado financiero, la extrema flexibilidad del mercado laboral, el control de la mayoría de los medios de comunicación, la debilidad sindical y la pérdida de conciencia de clase de los trabajadores. Incluso ha surgido un perfil psicológico neoliberal, muy arraigado, que se corresponde con el de una persona narcisista, egoísta y competitiva, hasta tal punto que, en la actualidad, ser de derechas es un hecho casi natural mientras que ser de izquierdas requiere un alto grado de sublimación, de engrandecimiento de las cualidades morales y sociales, esfuerzo que contraviene la estructura productiva del sistema capitalista y conlleva cierta marginación social. Estos rasgos insolidarios colisionan con las propuestas socialistas que encuentran en ese perfil psicológico otro escollo a superar.

El talón de Aquiles del neoliberalismo es que está estructurado sobre una gran mentira, sostenido en argumentos técnicos falaces y en un adoctrinamiento de la población fácilmente reversible. La creación de la riqueza neoliberal, su milagro económico, conlleva una disminución del gasto público, esto es el desmantelamiento progresivo de la sociedad de bienestar. Su programa político, tendente a la liberalización de los servicios públicos, afirma la insostenibilidad del sistema de pensiones y reclama planes privados, denuncia que la sanidad universal es un gasto absurdo, apunta que el crecimiento económico requiere de gran flexibilidad laboral, despido barato y salarios precarios, y sin sonrojarse advierte que subir los impuestos a las grandes fortunas o a las grandes empresas desalienta la inversión y promueve la deslocalización empresarial. Si con dinero público se rescató a bancos y banqueros, no estaría mal que con dinero público se mantuvieran unos servicios públicos universales y de calidad. Es tal la ceguera estructural del capitalismo ante las escandalosas injusticias del siglo XXI que el devenir histórico justifica y reclama el fortalecimiento de la izquierda, necesaria para rescatar a una civilización arrastrada por la vorágine de un sistema económico que tiene unos costes sociales tan elevados que certifican su estrepitoso fracaso. Una izquierda con una base teórica y una praxis sólida, que despliegue medidas sociales, políticas inclusivas, que luche contra la precariedad laboral y persiga el pleno empleo, que procure una sociedad igualitaria entre hombres y mujeres, que tenga vocación reguladora de los mercados financieros y empresariales, dejaría a la derecha menguada y sin apenas capacidad de influencia social. Pero cuando la derecha se ve desalojada del poder tiende, como está sucediendo en España, a radicalizarse, mostrando a cara descubierta, sin pudor, su déficit democrático, chovinismo, xenofobia, ginefobia y homofobia. Y con el objetivo de recuperar el poder, utiliza la crispación y la confrontación social, y la mentira, el insulto y la descalificación sistemática de la izquierda a la que considera inicua y encanallada. Estrategia que ya estamos viendo y veremos en la próxima campaña electoral. Por si acaso, piénsense su próximo voto, no sea que la derecha tricéfala, la España de los balcones, llegue al poder y se consolide la involución política y social que aventuran.

El autor es presidente del PSN-PSOE