“¡Gran júbilo! ¡Necesitamos inútiles! ¡Queremos dar nuestro dinero para alimentar ineptos!”. Así gritaba ante sus amigos, en la taberna de la aldea, como enloquecido, aquel empresario cuando los sabuesos de las SS cazaron, como a un delincuente, a un empleado valiosísimo que en su oficina, después de llegar a provecta edad, iba a echar una mano con su experiencia entre los más jóvenes. No le permitían cobrar, ni oficialmente ni de ningún otro modo o bien; si lo hacía tenía que renunciar abusivamente a buena parte de la pensión que durante años había pagado de su bolsillo para costearse la vejez. Tampoco estaba el jubilado para tumbarse y morir de aburrimiento: muy bien podía seguir cumpliendo, parcialmente, su cometido.

¿Por qué el Estado español quiere considerar a un jubilado, aunque tenga cincuenta y cinco años, como inútil? Escandalosas jubilaciones anticipadas que todos hemos de costear para declarar inservibles a quienes bien pudieran encontrar otra utilidad en nuestra sociedad. El caso del escritor Javier Reverte tal vez sirva para cambiar la mentalidad de los fabricantes de leyes españoles, tremendos ineptos, a juzgar por sus resultados infectos. Ganó el juicio contra la Seguridad Social, y no es fácil ganar un pleito contra la SS (no lo era fácil tampoco contra las SS de Hitler), ese sistema que debería cuidarnos y apoyarnos en vez de adormecernos y, con el tiempo, de seguir esto así, eutanasiarnos: asesinando alma y cuerpo. Le pusieron una fabulosa multa: 150.000 euros por cobrar la pensión y a la vez los derechos de autor. Lo que había sembrado durante años no le permitían recogerlo. Adiós cosecha.

Pero este juicio puede ayudar a introducir alguna lucecita en nuestra casta política (incluyo a los de Podemos, que se han hecho también castizos disfrutando de los privilegios políticos, véanse algunos ayuntamientos). Todavía queda que este Estado, sin duda represor y, lo que es peor, estúpido, permita trabajar a quienes puedan y quieran, sea con sus manos o con su inteligencia: profesores, científicos, investigadores, escritores, artistas e incluso abogados o manitas, quienes sean. Podría recaudar el Estado mediante tasas parte de sus beneficios pero animar a que desarrollen sus talentos, algunos en la edad en que son más fecundos, la madurez, cuando tienen más experiencia que nadie.

Una sociedad que aparta a sus individuos más sabios está abocada a la ruina. De un día para otro pocos pierden de golpe todas sus habilidades. España: Fábrica de viejos, según los leguleyos. La edad fecunda en experiencia es esterilidad para ellos. ¡Rebelión de jubilados necesitamos, no vaya a ser que les prohíban ir a la huerta a sacar unas coles mientras hacen ejercicio o criando conejos, que todo ha de prohibirse si no en nuestra imprudente jurisprudencia!