Cada vez que escribo sobre algo que tenga que ver con la “mujer” me llueven las críticas a la velocidad de Alonso en el circuito del Jarama. Así. A todo gas. Y suelen venir disfrazadas de “buenismos” de quienes se hacen llamar “librepensadores” a sí mismos. Un librepensador te dirá que no le gusta el Olentzero, cuando en tu carta, le pides muñecas hinchables a demanda para los padres, con tal de que no conviertan a sus hijos en depósitos inquebrantables de sus frustraciones propias. Un librepensador te dirá que no seas “papagayo” mientras se rige solo de prejuicios. Un librepensador te querrá lejos del sistema, en realidad, te querrá lejos de cualquier cosa susceptible de influir en tu psique. Un librepensador te motiva a defender la libertad de tus ideas hasta que agarras tres kilos. Ahí, se aferra a los convencionalismos más retrógrados con la fuerza de Trump levantando el muro de la vergüenza. Un librepensador hace suyos tus éxitos y te recalca tus fracasos casi tantas veces como te dignes a mentar a la mujer. Un librepensador te dice que te eriges como defensora a ultranza de las mujeres, aunque lo que pidas sea la erradicación de la gloriosa etiqueta “de género”. Un librepensador te mostrará las bondades de su librepensamiento al tiempo que mina tu confianza hasta en todo lo que se mueve. Un librepensador te pedirá razones solo para rebatir tus argumentos. Pero no seré yo quien levante un discurso a favor de nadie. Solo un titular: breve, claro y conciso. La igualdad que no existe en la mujer que no llega. No hace falta ser Piaget para saber que los niños no nacen dando las “gracias a mamá por limpiarme la ropa” y “gracias papá por enseñarme y divertirte conmigo”. Mira, cuando un niño dibuja una circunferencia, qué leches... un sol, lo más probable es que le ponga ojos y nariz y boca después. Pero lo que, de seguro, no hará es ponerle un género. Se podrá inventar una canción diciendo “el sol tiene ojos, boca y nariz, el sol es feliz” y si tú te aprendes su canción, te aseguro que el niño se aprenderá la tuya. ¿Sabes por qué? Porque tú te has aprendido la suya. Eso es educar. La igualdad no se enseña, igual se nace. Más bien, lo que se enseña es a educar en la desigualdad. Y lo demás puro paripé. Porque sino el resultado no sería otro que la igualdad. Es sencillo. Y cuanto mayor es el tamaño de tu discurso, más cerca estaré de pensar que eres como ese “librepensador” de libro que tanto daño causa entre la sociedad. Cuando alguien es muy sensible se le llama PAS pero no feminista. Cuando alguien vive mucho se le llama “disfrutón” pero no feminista. Cuando alguien trabaja mucho “trabajador”, no feminista. Pero, ¿sabes cómo me llamarán a mí por escribir estas líneas? Feminazi. No necesito extenderme mucho más para entender cómo funciona nuestra sociedad. Y no he tenido que atacar a nadie, ni siquiera convencerles de lo contrario. Igualdad no es mayor presencia de la mujer en los premios Nobel. Igualdad no es que Pérez Reverte ceda su asiento en la RAE a una mujer. Igualdad eres tú. Y cuantos más algoritmos saques a pasear por el camino... más librepensadores se descontrolarán así como los osos en el Ártico.