Ayer fui a visitar a mi mejor amigo y mejor enemigo. Entró en urgencias del hospital por su propio pie. Después de más de una hora en la pantalla apareció EB 565, que era su número de paciente, y un doctor amable le auscultó la boca con un palillo y en segundos vio la señal del minuto 1. Lo acercó a una sala amplia con aires de hospital de campaña que recoge a los que llegan justo. Tras varias horas entre tubos y jeringuillas un camillero moreno de Málaga lo llevó por un túnel de más de un kilómetro a una habitación con otro paciente, que también había llegado muy justo en ambulancia medicalizada. Ninguno de los dos sabían las causas de su enfermedad. Los médicos reconocieron (gran mérito) que no lo sabían. El compañero de cuarto resumió las causas: “Estamos rodeados de mierda”. Y desgranó la contaminación de las verduras, la carne, el pescado, el agua y el aire. Mi amigo, buen leedor de García Márquez, recordó la última frase de El Coronel no tiene quien le escriba:

-“¿Y mañana qué vamos a comer?, preguntó su mujer.

-Mierda.