(Versión navarra del cuento ‘El escorpión y la rana’)

El río bajaba crecido, con claro riesgo de llevarse por delante todo lo que le cayera encima. Ciertamente, la tormenta lo había enfurecido. No fue una lluvia propicia esa última de mayo. Augurábamos una suave langarra que nos diera alas al final de la batalla, el agua última necesaria para la cosecha. Pero no fue así. La furia del cielo arrasó buena parte del cultivo y nos quedamos casi sin nada, bastante peor de lo que estábamos. Pese a consuelos varios, la culpa no fue de la naturaleza, ni de los cuervos, ni del río? Resulta que no habíamos trabajado la mies como se debía, que nos creíamos los mejores y resultamos ser bastante mediocres.

En esto nos propusieron cruzar de nuevo el río. Que sí, que se podía. Que no había que darlo todo por perdido. Quién sabe, a lo mejor ahora, aún estando en peores condiciones, lo hacíamos mejor. Eso sí, habría que sembrar otros cultivos, variedades más suaves, pero aún y todo podríamos seguir labrando cuatro años más. La única dificultad que se nos presentaba era cruzar el río. ¿Cómo hacerlo? Sobre todo unidas. Ahora más que nunca -nos dijeron- dándolo todo por la nueva cosecha. Que los cuervos no se apoderen. Sólo trabajando juntos podremos construir una balsa sólida que nos lleve a la otra orilla. Y luego a sembrar. ¡Veréis qué bien!

Para empezar estábamos cuatro, los cuatro de antes, los anfibios, que entre todos no teníamos material ni medios suficientes para construir una buena balsa, pero sabíamos nadar incluso a contra corriente. Necesitábamos al quinto, el arácnido, que no estaba acostumbrado a compartir espacios y era celoso de su poder, pero ahora se acercaba con otra actitud. Además, tras la tormenta estaba más fuerte que nunca. Sin campos que cultivar en cuatro años, había comido y bebido bien, creció más de lo esperado y se vio fuerte. No tanto como para ganar por sí solo, pero sí para liderar una nueva batalla. Necesitaba amigos y los buscó en aquéllos a los que hasta ahora había dado la espalda, aquéllos a los que no dejó de incordiar mientras trabajaban la cosecha. Pero ahora iba a ser distinto. Nos teníamos que olvidar de lo ocurrido y aceptar sus condiciones porque, y en esto tenía razón, también nosotras nos habíamos equivocado.

La sorpresa surgió cuando decidimos empezar a construir la balsa. Antes de nada el arácnido advirtió: “con las ranas me juntaré, el arrapo que trabaje solo, es malo y feo, tiene verrugas y segrega moco por la piel, no lo quiero conmigo”. Y las ranas replicaron: “pero sin la fuerza del arrapo no podemos construir la balsa ni llegar al otro lado”. Entonces el alacrán: “Pues que trabaje aparte y luego que reme, pero sin decidir nada ni sentarse a nuestro lado”.

Y así se quedó la historia hasta que:

Final 1:

Las ranas y el arrapo aceptaron las condiciones y trabajaron para construir la balsa. Cuando ya estaba hecha, antes de partir, el alacrán dijo: “que se baje el arrapo o no seguimos”, y con harto dolor las ranas invitaron al arrapo a bajarse, éste se quedó sólo en la orilla y pasó cuatro años en el ostracismo. La barca llegó a trancas y barrancas, pero los cuatro años fueron un auténtico calvario para las ranas.

Final 2:

Las ranas y el arrapo trabajaron para construir la balsa. Cuando ya estaba hecha el alacrán convenció a las ranas y echaron al arrapo. Pero cuando estaban llegando a la mitad del arroyo, el alacrán hizo señas al cuervo para que bajara a la balsa, lo introdujo a escondidas, y entre los dos echaron también a las ranas, que no tuvieron fuerzas para llegar a la orilla.

Final 3:

Las ranas se plantaron y dijeron al alacrán: “No. Si algo hemos aprendido es que esto sólo saldrá adelante si vamos juntos. Sin arrapo no hay balsa”. Así que el alacrán cedió, tuvo que admitir al arrapo, aunque lo metió en la bodega de la balsa para que no se le viera, y llegaron a la otra orilla ahuyentando al cuervo que no paro de incordiar toda la travesía”.

Post-final 3:

La federación estatal de alacranes se reunió y consideró la actitud del alacrán navarro una traición, por lo que echó de la federación a sus miembros locales y nombró una gestora de afines para apoyar un gobierno de los cuervos. “¡Hasta ahí podíamos llegar!”.

Y es que, a la postre, el cuento navarro sólo tiene un final posible, aunque ciertamente no sea el que uno desea.

El autor es director general de Administración Local del Gobierno de Navarra