Si desde la más tierna edad nos hubieran permitido ser y expresar lo que ya traíamos como talentos a madurar como semillas en nuestra propia “tierra” interna para crecimiento como individuos y no como parte de “rebaños”, el bagaje o la dote educativa que podríamos alcanzar las personas en nuestro natural progreso evolutivo, no tendría fin. Hoy el mundo sería lo que estaba llamado a ser desde el origen y no en lo que hemos llegado a convertirlo.

Así, desde temprana edad escolar, más importante que aprender es motivar para expresar nuestro saber original, adaptándolo a las necesidades de la vida a través de herramientas pedagógicas diseñadas para integrarnos en ella con una formación que nos dote de inteligencia afectiva y autosuficiencia como mínimo emocional.

Hoy los sistemas educativos oficializados apelmazan nuestro saber original. Un pobre aporte a la formación humana y educación en los valores, que modula mentalidades alineadas con y alienadas por ideologías tecnocratizadas que sirven poco más que para mantenernos y sostener un sistema fagocitador de almas e ilusiones de vida.

Leo la carta de un joven escolarizado en Secundaria. En el resumen muestra su frustración y aturdimiento por el tiempo y oportunidades perdidas en su periplo escolar, y desubicación humana ante su falta de formación vital de cara al futuro a la hora de ir adentrándose en la sociedad: “Es sorprendente que la educación escolar no haya cambiado durante tantas décadas, seguimos sentados todas las horas, copiando, rellenar fichas, memorizar información y más información para vomitarlas en un examen. Al día siguiente recordamos muy poco de lo estudiado, ya que tenemos que volver a preparar el próximo examen. Lo curioso es que a los profesores y al sistema no les importa si los alumnos realmente hemos comprendido y aprendido algo, con aprobar, para ellos es suficiente? calificándonos con un número, compitiendo los unos con los otros, con lo cual nos sentimos bien o mal según las calificaciones, y todo ello de cara a prepararnos para una carrera universitaria... ¿y luego?”.

Terminaba con buen tino en clave de acierto: “¿Cuál es el motivo por el que las nuevas metodologías no se llevan a cabo en nuestras escuelas? ¿Tenemos miedo a cambiar? ¿Tan cobardes somos? Estratégicamente cobardes”.