He encontrado una manera entretenida de perder el tiempo para no rendirme a los hechizos de la costumbre. A saber: se trata de visitar mi ciudad como si fuera un extranjero, que a fin de cuentas es lo que soy. La gente se enorgullece de ser de la capital de toda la vida. Vaya chorrada. Lo que te ocurre a ti, como a casi todo bicho viviente, es que llevas viviendo en tu ciudad o en tu pueblo 20, 30, 50, 70 años y no te enteras de la misa la media. No te das cuenta de que ese que ves y saludas todos los días por costumbre está con un ala rota, atolondrado y disperso. Y cuando cumplas unos años más desaparecerás. No es por arruinarte el día, pero deberías ver con ojos nuevos cada día la tienda del vecino, los negros y negras que embellecen nuestras calles, los chinos macilentos que sonríen, las monjas jóvenes y las ya casi centenarias, carne de convento. No mires tanto esa máquina que te hace perder el sentido de la vida por Internet y fíjate en lo que tienes delante de las narices, que es hermoso, si lo miras con cariño.