Aunque miles de personas aclamaron ayer a Pablo Casado, presidente del Gobierno, durante el desfile del Día de la Fiesta Nacional, las mayores ovaciones fueron para su ministro de Defensa, Santiago Abascal.

La sustitución de la valla con concertinas de Ceuta y Melilla por un muro de hormigón “infranqueable” es ya una realidad y el público asistente dedicó grandes vítores al ideólogo del proyecto.

En la tribuna de honor asistía como invitado su colega Salvini. Espíritu de legionario y éxtasis en el epílogo mientras sonaba El novio de la muerte. Ab Imo Pectore, junto a un bordado rojigualdo, se leía en las camisetas de Zara de algunos espectadores. Inditex y Julio César confluían en la liturgia. Se aproximan elecciones generales.

Algunos ciudadanos se preguntan en qué punto el país decidió dar la espalda a un gobierno progresista. En medios afines a la extrema derecha se enorgullecen de que España no haya acabado como Francia, donde Mohammed Ben Abbes, del partido Fraternidad Musulmana, se hizo con la Presidencia de la República tal como vaticinaba Houellebecq en Sumisión. “Si la izquierda hubiera alcanzado un acuerdo, en España tendríamos ahora a un presidente más negro y radical que Ben Abbes”, sentenciaba Jiménez Losantos en su editorial matutina.

En Navarra, y durante el verano del 2019, se consiguió formar una alternativa de gobierno a la derecha. Desde la diferencia se fue avanzando pese a las dificultades.

El espectro del agostazo huyó y hasta el último minuto algunos nostálgicos ofrecían una recompensa por su captura. La derecha no ha dejado de reforzar a sus grupos de presión -llámenle lobbies o think tanks quienes gusten de ir al gym- para proyectar una realidad paralela y deformada sobre la situación económica -Ikea no vino a Navarra por culpa de los amigos de los filoterroristas- y la convivencia entre ciudadanos.

Hace ocho años que perdieron el poder y la tolerancia de algunos a la fluoxetina ha aumentado de manera proporcional a su creciente ansiedad. ¡Pacto de la vergüenza, pacto de la vergüenza, pacto de la vergüenza!, repite Esparza frente al espejo con los ojos entornados y la boca entreabierta. La espuma tarda un poco más en salir de la boca.

En clave nacional muchos socialistas no entienden por qué durante el verano del 2019, y tras las elecciones generales, el ego y el tacticismo -mezcla de táctica y cinismo, como escribía Benjamín Prado en Infolibre- ganaron el pulso al acuerdo y a la empatía para con millones de votantes. ¿Qué significado real tiene hoy la S (de “socialista”) y la O (de “obrero”) de las siglas de nuestro partido?, se preguntan muchos de ellos.

Tan solo esperan que el entendimiento que se dio en Navarra sirva de ejemplo para España. Aunque para entonces quizás ya sea demasiado tarde, como dijo Rufián durante aquel verano.