Los ciudadanos (no vasallos ni súbditos) contribuyentes de a pie, que no conocemos los secretos de las camarillas y los despachos, somos juguetes de lo que quieran contarnos los periodistas de la prensa escrita, radios y televisiones, y los políticos, sobre todo los políticos. Lo vemos cada día. Fulanito de oros nos dice que “el malo” es menganito de copas, y viceversa. Y zutanito de bastos trata de convencernos de que “el malo” es peranganito de espadas, y viceversa también. Entonces, por si acaso, se presta atención a la petición de un ciudadano contribuyente de a pie, y esa petición la hace realidad algún alguien, a quien corresponda hacerlo, pido que lo público sea absolutamente público y con altavoces a la calle, para que todo lo que afecte o vaya a afectar a lo público lo veamos y oigamos directamente, sin que tengan que contárnoslo cada interesado a su conveniencia. Supongo que así dejaríamos de ser sus juguetes y podríamos sacar mejor nuestras conclusiones y tomar mejor nuestras decisiones.

Cada vez que no puedo más y circunstancias como éstas me obligan a enviar al periódico alguna carta sobre política y políticos, me viene a la memoria la figura del periodista, sociólogo y economista Henry George (1839-1896), quien escribía cosas como: “Detrás de cada problema social no hay más que una sola cosa: una injusticia social”. Y, refiriéndose a estas políticas en las que todavía marimandan y mangonean los sucesores ideológicos y herederos materiales de los fascismos europeos, mussoliniano, franquista y hitleriano, estas políticas sobre las que planean las onerosas sombras de coronas, tiaras y la del actual 7º de caballería que llenó de bases militares la península Ibérica, refiriéndose a estas políticas escribió: “La política es algo en lo que un hombre honrado no debe mezclarse”, palabras que, además de denunciar las sucias políticas de cloaca, quizá fueron una advertencia, porque los hombres honrados que intentaron hacer política ética, política racional, sana, como Olof Palme, Salvador Allende y, aquí, junto a nosotros, Julio Anguita. Los dos primeros lo pagaron con la vida, y el nuestro tuvo que dejarlo por imposible, porque para que en un país haya una política de hombres honrados, antes hay que limpiar y sanear las mentes de sus ciudadanos de supersticiones, patrañas y supercherías.

Termino reiterando mi petición: Lo público debe ser absolutamente público y con altavoces a la calle.