Marvin Minsky, el padre de la Inteligencia Artificial, dijo una vez: “Las máquinas podrán hacer cualquier cosa que hagan las personas, porque las personas no son más que máquinas”. La mayoría de la gente piensa que los robots son máquinas sin alma, pero algunos ya tienen la capacidad de pensar y sentir empatía con los humanos.

Parece que la realidad ha superado la ficción. En menos de cien años hemos pasado de una sociedad rural a otra hiperconectada y globalizada. Aunque la humanidad está empezando a reconocer las implicaciones positivas de esta revolución tecnológica, se ha instalado un clima de miedo e inseguridad con respecto a la repercusión que tendrá en el empleo y en las relaciones humanas.

Con el objetivo de poner fin a este sentimiento común de indefensión, la Unión Europea decidió legislar. En 2017, el Parlamento Europeo comenzó a elaborar unas normas sobre la utilización de la Inteligencia Artificial que contemplan la relación entre humanos y robots, la igualdad en el acceso a la robótica y el tratamiento de los datos. La entrada en vigor hace un año del Reglamento General de Protección de Datos reforzó aún más la privacidad de los usuarios.

Estamos viviendo el futuro que tantos libros y películas vaticinaron. Los robots ya están aquí y es el momento de dictar las normas que garanticen su convivencia con los humanos, porque esto ya no hay quien lo pare.