Hay que llegar a este punto para acercarse a la realidad emocional de este país que contiene varios países que son de su padre y de su madre. La política no es un ente aislado que acapara con voracidad todo lo que toca, todo lo que entiende por poder y que a menudo se sustenta en esa clase de impostura nada sutil que es la mentira. Compulsiva y montaraz. La mentira. El desencanto es una emoción que llega desde el anhelo genuino, desde un sentimiento de utopía que en su nacimiento copa la ilusión y redime. La redención llega de la negación del pasado, de un pasado que se instaló sin pedir permiso y duró cuarenta años pleno de oscuridad, crímenes, censura y sometimiento. El 15-M, después de la cautela de los setenta y la retranca mordaz de los ochenta, donde se eliminó vía heroína a miles de jóvenes rebelados, frágilmente rebelados; después del ladrocinio asociado al ladrillo y a la impunidad divina -Pujol y aledaños- de los noventa, se fue fraguando un movimiento juvenil vinculado a las universidades públicas que tuvo como expresión más visible el desencanto. La juventud tiene nervio y sabe que la muerte no es un tren de cercanías, de modo que uniendo millones de desencantos se fue fraguando una ilusión que era tangible y próxima. Hoy, en el mapa actual del Estado ese desencanto prometeico lo gestiona Unidas Podemos que a su vez es un conglomerado de emociones donde la verdad ya no es solo filosofía, sino que lo sustentan cinco millones de almas que quieren que las aguas seas transparentes y la igualdad transite por las calles sin más sangre que los votos. Tomaron las plazas y Vista Alegre y el Reina Sofía y Sol hablaron con una misma voz. Ocurre que el desencanto anida aún en su seno pero no tiene modo de hacerse materia. Alguien lo impide en las afueras. También este desencanto que inspiraría algún que otro film francés estaba dormido en un grupo muy numeroso de la base socialista, de los nuevos y aquellos viejos socialistas que aún recuerdan con horror la guerra civil y que tienen voz y voto. Un desencanto que con matices sería el mismo en origen. Acontece que crea desconfianza entre quienes debieran saber que sin vértice no hay lados y se debe buscar ese vértice si se quiere que el desencanto genere alguna dicha.

También el Partido Popular sufre el desencanto aunque es de otro cariz. Se ha hurgado en la trastienda de su casa y eso de airear las vergüenzas los sume en la melancolía que es una emoción desencantada pero que sueña con volver. De Ciudadanos qué decir, nunca supieron qué era esto del desencanto y les ha pillado a contrapié. Vox maneja la nostalgia como elefante en cacharrería. No son maneras. El desencanto está vigente pero es insolidario y hogareño, cree que se sacia con mucha televisión. Apaguen por favor, ese televisor.