Hace un años se llevó a cabo un experimento en una residencia de ancianos de la ciudad de Gotemburgo, donde los y las trabajadoras vieron reducidas sus jornadas laborales de ocho a seis horas diarias, sin que dicha bajada de horas repercutiera en su salario. El proyecto finalizó en 2016 con unos resultados que confirmaron una evidencia, menos horas de trabajo cristalizan en una mayor productividad, menos estrés y un mejor ambiente laboral.

Que trabajar menos horas es positivo para las clases populares y el planeta no solo queda avalado por un experimento peregrino sueco, sino también por diversos estudios científicos. Ahora bien, está claro, como se dictaminó tras el experimento, que dicha opción no es rentable, y no es rentable y aquí está el quid de la cuestión, porque este paradigma no es compatible con los intereses de los y las empresarias. Es en este punto donde, como dirían nuestras abuelas, podemos enunciar que vuelta la burra al trigo, es evidente que existe un conflicto/interés de clases por mucho que muchos lo quieran negar, y este conflicto solo tiene una salida, tanto para la clase trabajadora como para el planeta, establecer unos marcos de producción y de consumo que sean gestionados bajo criterios ecosociales y cooperativos.

En definitiva, un relato laboral donde se pueda trabajar menos para repartir mejor el trabajo y fomentar la buena vida, pensar en las personas y no en las ganancias de una minoría social. En noticia publicada por La Vanguardia en este 2019, se indicaba que el número de millonarios en el Estado español aumentaba en 33.000 en un año, mientras tanto, el número de personas pobres con salarios precarios no deja de crecer día tras día.

Son múltiples las enfermedades laborales o las bajas médicas, que muchas veces van acompañadas de la medicalización de la vida de cientos de miles de trabajadores y trabajadoras. Por ello, la solución al problema de explotación laboral que vivimos no es médico sino sindical, es decir, necesitamos que todas y todos los trabajadores seamos conscientes de que nuestros problemas no son personales sino colectivos, y es de esta manera, como debemos de afrontar los mismos. Diciendo a renglón seguido que los sindicatos, junto con otros sujetos sociales, han de alcanzar el objetivo de generar trabajo de forma cooperativa y desde criterios de producción ecológicos -como ya mencionaba con anterioridad en el artículo-. Por otro lado, la instauración de una renta mínima por el mero hecho de ser seres humanos es una condición a aplicar para evitar desigualdades y reequilibrar la sociedad.

El tiempo corre y nuestras vidas pasan en un contexto que se aleja mucho de la perfección, es más, poco o nada halagüeño podemos decir que es el mismo; crisis climática, auge del fascismo, migraciones obligadas de cientos de miles de personas, sueldos de miseria, precios por las nubes, etcétera. Esto y no otras cosas son los verdaderos retos a los que nos enfrentamos en la Península Ibérica en este siglo XXI, por ello, pese a tener que hablar de todas y cada una de las soberanías políticas, no debemos olvidar que la soberanía ecológica y la laboral son indispensables. Me explico, no sirve de nada tener una soberanía nacional si la misma no va acompañada de una soberanía en materia de creación de empleo y no sirve de nada crear empleo, si el mismo no se ajusta a los límites del planeta.