El 27 de enero de 2020, se celebró en Polonia el 75 aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, símbolo del genocidio nazi. Una concentración de delegaciones de la mayoría de países democráticos en repudia del holocausto del pueblo judío, entre las que cabe destacar la presencia, como representantes españoles, de nuestro rey Felipe VI y la reina Letizia. Conviene recordar que no solo murieron judíos a manos de los nazis en aquella guerra, también murieron en aquel campo unos 5.200 españoles que huían del franquismo. Y también murieron, aproximadamente, otros 5.000 españoles de la tristemente célebre División Azul, integrada por unos 50.000 soldados supuestamente voluntarios. Más de 2.000 regresaron mutilados y 7.800 enfermos. Los prisioneros tuvieron que esperar más de 12 años para ser liberados por los rusos al ser considerados como traidores o mercenarios. Españoles diferentes, eso sí, enviados por Franco para apoyar a Hitler en el frente ruso y premiados los que consiguieron regresar, con un puesto de funcionario, un estanco o una administración de lotería. Nuestro rey emérito ha confesado muchas veces su admiración por Francisco Franco, el dictador que acabó con la única fórmula democrática en este país, la república. Que fue aliado, cómplice y apoyo del genocida nazi, además de confesar que era consciente de que era rey de España, por voluntad de Franco. Felipe VI, nuestro actual rey, nunca solicitó un referéndum al pueblo español para ser aceptado legal y moralmente como sucesor de Juan Carlos I, su padre, con lo cual los ciudadanos entendemos que acata personalmente la forma improcedente y totalitaria de imposición de la monarquía por el dictador, así como los principios, morales o inmorales, de quién instauró su saga monárquica en este país. No he conseguido leer un solo comentario periodístico que cuestione la sinceridad de esta visita a Auschwitz, o catalogarla como mínimo de oportunista por aquello de que los tiempos han cambiado, etcétera. Parece ser que los tiempos que corren permiten cualquier incoherencia. Lo vemos en el periodismo, la política, la economía y parece ser que también en la monarquía. No vamos a ninguna parte.