Los gallos están alborotados saludando la primavera. Arman un griterío frenético. Hoy se visten de gala, de tres colores como mínimo, bien conjuntados y conjugados, como los y las etíopes elegantes. Los pavos se ponen pavos y tontos perdidos desplegando sus abanicos de colores. El estado de alarma les ha sentado divinamente y cantan la alegría de vivir entre tanta gallina, a las que marean cada uno con su kikirikí: unos más ronco de tanto uso, otros más agudo de joven gallo, esotros entreverados, entre saxofón y batería; y así: un concierto a todo color con el coro blanco de pavos, gansos, cisnes y hasta las ciervas, que se acercan a los abanicos de color de los pavos como si fueran al encuentro de novios travestidos. Mi perrica Sua estira las orejas y me mira con ojos golosos, como si le fuera la vida en ello. Los narcisos inclinan su cabeza hueca frente a los parterres verdes, y los pensamientos violeta juegan con los amarillos, blancos y rojos a ver quién es el más guapo. Mientras tanto, las campanas de las iglesias bandean, tocan los cuartos a las 12 horas, llenando el cielo de bronce. Los sin techo, entre trago y trago de litrona y cubiertos de humo de los cigarros discuten sobre la salud. Primavera.