an pasado varias semanas recluidos. Nunca antes habíamos vivido nada similar. Nunca la ciencia ha avanzado tanto en tan poco tiempo, con tanta intensidad y con expectativas tan prometedoras. Nunca antes hemos estado tan atentos a las noticias y a la salud de los nuestros. Nunca antes habíamos sentido tanto miedo colectivo ni tanto vértigo al futuro próximo.

Para contener y modular la extensión de la COVID-19 hemos aceptado normas públicas rígidas y una pérdida parcial de nuestra autonomía de decidir. Deberemos aceptar las directrices que emanan de los grupos de expertos y no creernos todos epidemiólogos, virólogos, expertos en salud pública, visionarios del futuro y del pasado, másteres en organización y otras fruslerías. En esta ocasión los gobiernos se han supeditado a los científicos.

Pero hay quienes están aprovechando esta desgracia colectiva para intoxicarnos de forma pertinaz, cuando no de mentir, aportándonos "informaciones sólidas y científicas" que luego se tornan en falsas. Esto indica vileza moral. Cultivar el miedo, la duda y la alarma desmotiva la cooperación y desoriente al individuo.

Esta pandemia ha hecho temblar el edificio ciudadano, sus referentes y sus normas, sus planes y sus expectativas; toda su vida. Y comprobamos el valor de la salud, el coste de la soledad, la dependencia de la producción exterior. Y estamos asustados con otra próxima pandemia: la del virus de la economía.

La hucha pública se llena de los impuestos que genera la actividad económica. Si no se mueve el mercado, el Estado no tendrá posibilidad de actuar en ningún frente. No habrá recursos para sectores esenciales como: pensiones, sanidad, industria, comunicaciones, energías, educación, seguridad, investigación, dependencia€

Como ejemplo, cada estancia en una UCI supone 1.450 euros al día. Una cama de planta 650. Y las compras que ha realizado España para adquirir material sanitario superan los 350 millones de euros. La primera víctima de la COVID-19 ingresó en UCI en el Hospital de Navarra el 28 de febrero y ha permanecido 55 días con un gasto estimado de más de 80.000 €. ¿Cómo va a soportar el sistema estos elevadísimos costes con menores ingresos? Habrá que contribuir vía impuestos y reactivando el tejido productivo.

Y como necesariamente volveremos a la normalidad algún día, mi propuesta es que establezcamos tres grandes bloques de ciudadanos:

1. Menores de 40 años. Debe favorecerse su movilidad de forma precoz. Su riesgo de afección grave por la covid es anecdótica. Y la afectación de su vida emocional, laboral, de relaciones es tan intensa que debe recuperarse la normalidad con celeridad. Apartar del mercado laboral a los jóvenes, que son los más débiles de la cadena económica, puede suponer añadir una nueva dificultad a la que ya han padecido en el 2008 y 2012.

2. De 40 a 65 años. En esta franja se encuadra la estructura directiva y especializada y debe ser reintroducida en breve su actividad organizativa. La afectación severa por la covid en estas edades (40-65) es baja. Este grupo puede desarrollar trabajo de forma no presencial con eficacia.

3. A partir de 65 años. En este grupo debemos extremar las medidas para evitar el contacto entre las personas. Intensificar la pedagogía y campañas publicitarias. Trasladarles el mensaje de que la proximidad o el contacto con otros es como el aviso de las cabinas eléctricas: No tocar. Peligro de muerte. La edad media de los fallecidos es de 83 años.

Con este diseño podemos conseguir atenuar las consecuencias económicas y vitales de esta crisis, que pueden ser devastadoras, sin menoscabo de las garantías sanitarias.

El dilema la bolsa o la vida habrá que atemperarlo con inteligencia, intuición, bases de datos, pedagogía, filosofía, sociología, afecto y una cierta sumisión. Pero no podemos equivocarnos, porque llegar hasta aquí ha sido muy doloroso.

Debemos asumir que cambiará nuestra vida de forma considerable. Viajaremos menos. Nos juntaremos en grupos más pequeños. No disfrutaremos de eventos de masas. Nos contactaremos menos. Cambiaremos nuestras formas de exteriorizar los afectos entrañables como los abrazos, besos y apretones de mano. ¡Esto nos va a costar!

Y por último quiero rescatar una reflexión de Pasolini: "Pienso que es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota. En no ser un trepador social. Ante este mundo de ganadores vulgares y deshonestos, de falsos predicadores; ante esta antropología del ganador, prefiero al que pierde".

El autor es doctor en Medicina y Cirugía