Sí, para vosotros, queridos clientes de Clarel de Bernardino Tirapu van dirigidas estas líneas. Pero para los guays, esos que entrabais con un hola y sonrisa en la boca, los que jamás pusisteis ninguna queja y los que durante este tiempo de pandemia nos habéis animado y preguntado qué tal íbamos. Y es que mi compañera y yo cerraremos una etapa de nuestra vida ahí. Porque una tienda es como un libro, lleno de anécdotas, de risas y llantos, de aventuras e incluso de amores. Todo empezó con esa palabra impronunciable, Schlecker, donde entré hace trece años. Por entonces las cosas eran diferentes, los alemanes eran cuadriculados pero nada que ver con lo que vendría después. Pero eso sería para otro debate. Trabajar en una droguería con cambios nos supuso al principio incertidumbre pero también esperanza y nuestros clientes tuvieron que acostumbrarse a la pintura negra de las paredes y al cambio de look laboral de sus dependientas. Día a día intentamos hacerlo lo mejor posible y si alguna vez nos visteis mal, enfadas o bordes pensad que no es fácil estar al otro lado del mostrador. Y ahora que nos vamos sólo nos queda daros las gracias por esos ratos de sonrisas, y nos acordaremos de Encarna que ya no está con nosotros, o de Enrique y su hermano o de aquella señora que entraba a distraerse un poco porque según ella le hacíamos pasar un buen rato. Seguramente que la empresa , las empresas en general no ven estas cosas, solamente números de las ventas y ni se imaginan el daño que van a hacer a un barrio con el cierre porque, como digo, no es una pared con baldas y cuatro productos, es una vida llena de historias. Tal vez nos veamos en otro sitio pero ya no será lo mismo y aunque todavía quedan semanas antes del cierre definitivo espero que podamos abrazarnos si es que el bicho nos lo permite. Gracias y hasta siempre.