Bixente Serrano Izko, por supuesto. Me asusté al enterarme de que habías muerto. No me lo esperaba. Escribo esta carta no para que la leas, porque ya nunca más leerás ni dirás nada; la escribo para quien la lea sepa que eras un hombre bueno, fiel a ti mismo, a tus ideas y sentimientos, amigo del alma, compañero. Nos ha tocado vivir tantas cosas a la vez, que ya teníamos parecido hasta el aliento. Cuando nos juntábamos en la calle tú sonreías y a mí me alegraba verte. En política siempre te voté, aunque los dos sabíamos que no servía de nada, porque nunca ganaríamos. Una vez más nos equivocamos, porque ganamos y los sacamos por primera vez del gobierno, no del poder porque todavía reside en la policía patriótica, en los jueces, en la Guardia Civil y en el Ejército. Pero empezamos a cambiar algo. A mí, que no me gustan las despedidas ni para dar las buenas noches, me toca decir agur, amigo del alma. No nos veremos ni en los cielos, ni en el infierno, ni en ninguna parte. Pero para mí siempre serás Bixente, Bixentico, amigo del alma. Para mí eras importante porque eras sencillo y entero y no te dabas ninguna importancia a ti mismo ni como diputado ni como escritor ni como historiador ni como nada. Tendré que borrarte del archivo de la cuadrilla para dejar de enviarte las cartas, pero siempre, por siempre jamás, serás mi amigo, compañero del alma, compañero.