La película de Stanley Kubrick La chaqueta metálica termina con un fondo de edificios en llamas y los soldados en retirada cantando. En este contexto, el protagonista, que había tenido una durísima instrucción y ha vivido escenas horribles en combate, pronuncia estas palabras: “Este mundo es una p. mierda, sí. Pero estoy vivo y no tengo miedo”.

Durante los últimos meses, más de una vez he recordado esas palabras. Este mundo es lo que es. Y nunca tan incierto como ahora lo que puede llegar a ser. Pero estamos vivos. Lo del miedo queda para cada uno el analizarlo y tratar de superarlo, que se puede, con ayuda si fuera necesario.

El coronavirus ha sacudido con fuerza este planeta y nos ha enviado al rincón de pensar. Permanecer en casa, salir lo mínimo imprescindible y lavarnos las manos con frecuencia era lo que mandaba el Gobierno. Desde las ventanas, actos colectivos como aplausos, cantar Resistiré y juegos vecinales. Cada cual sabrá cómo se organizó y cómo vivió el confinamiento.

Tras un encierro de dolor y confusión, pudimos salir algo desorientados (vamos a concedernos un punto de indulgencia) y creer que todo había salido bien, que habíamos parado el virus entre todos, como decían las pancartas. Lamentablemente, no fue así. ¿Hemos olvidado ya esas consignas? La libertad conlleva mayor responsabilidad individual y ciertas exigencias. El estar vivos no va a ser gratis. Y porque estamos vivos podemos pensar y emplear nuestras capacidades para luchar contra la pandemia. El riesgo de contagios existe pero la carne es débil…

Sin olvidar que por otras causas también se puede enfermar y morir, las familias de los fallecidos por coronavirus y quienes, tras una hospitalización más o menos prolongada, lograron superarlo, sabrán cómo vivieron el trance. Debemos condolernos con ellos y agradecer que la covid-19, por ahora, nos haya respetado. ¿No vamos a poder hacer nosotros algún sacrificio estando sanos?

Nos quedan muchas preguntas y pocas respuestas. Como en la película El abuelo de José Luis Garci. Tras muchos avatares, concluye con el anciano diciéndole a su amigo: “La duda, Pío, ésa es la cosa. ¿Dónde está el bien? ¿Dónde está el mal? Esa es la cosa”.