En algunos aeropuertos eligen para comunicar por los altavoces una voz, generalmente femenina, que es sensual como la guayaba madura, dulce como una breva. Como un susurro. A los adolescentes se les quiebra la voz en su tránsito de la pelusilla a la barba y bigote. Hay voces de actores, actrices y sobre todo cantantes que hacen temblar de hermosura. Si unes la voz a la palabra, puedes llegar al paroxismo y si más tarde al canto, te puedes volver loco. No es la berrea ni el chillo del mono en la jungla. Es la nana de la naturaleza, el calor adolescente o la sobriedad del verso popular en la garganta, acompañado de una guitarra o una viola d'amore. Los idiomas también tiene su embrujo. Todos tienen su encanto. A unos les gustan unos más que otros, pero es por otras razones distintas. Los idiomas hay que conocerlos cantando en la fiesta popular, en un templo o en un rezo, aunque seas ateo. Las ojivas de las catedrales y sus muros son como los órganos cuando pierden el silencio. En el grito de guerra, en el verso y en el canto está la voz del ser que tiene la capacidad de entender y de sentir. Déjame que te cante morena.