En la política se cultiva la frivolidad y la moda es un elemento que influye en la ciudadanía a la hora de elegir representantes. De ahí que el factor imagen tenga tanta importancia. Inicialmente se imponían los políticos de corte machista tratando de dar una imagen viril y seria: Hitler, Mussolini, Franco. No lograron cumplir sus locuras: el nazi se suicidó, el fascista fue colgado de un poste y el caudillo exhumado de su valle de los Caídos. Les siguieron otros con rasgos intelectuales, cultos, ocurrentes y reflexivos: Churchill, Azaña, De Gaulle, Adenauer€, que pusieron las bases de la UE y dejaron huella. A continuación, los patriotas cínicos y tramposos que han terminado abducidos por las puertas giratorias del Ibex 35 y dando lecciones de ética, acomplejados por ignorar hablar idiomas: Felipe González, Aznar, Zapatero€ Ahora se han impuesto los incultos y groseros que llevan el descaro por bandera. Sin sentido del ridículo, que se comunican a través de las redes sociales dando patadas a la sintaxis: Donny Trump, al que Wall Street y su partido han dejado caer abochornados, aunque creen en la épica de morir matando y no aceptan la derrota. Boris Johnson, perdido en el laberinto del brexit. El necio Bolsanaro, contagiado del covid-19, alardea de no usar bozal protector. Rajoy: maestro en discursos enigmáticos cuyo significado es estudiado en la RAE. A este colectivo de eruditos pertenecen los políticos cómicos: el italiano fundador del Movimiento 5 Estrellas, Beppe Grillo, o el actual presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, también cómico de profesión. Y en España la cantera es fértil, pues tenemos, entre otros muchos, a Casado, Ayuso, Revilla y los acomplejados barones del PSOE que conforman el prestigioso patrimonio de políticos españoles.