stas navidades las recordaremos como las que todos los gobiernos quisieron suprimir, pues existen fundados temores de recaída en una tercera y letal ola de pandemia. Para dicha supresión hubiera bastado que se hubiese cambiado la convención acerca de denominar a los diferentes días. El día 22 de diciembre (primero del año solar) se hubiera convertido en el primer día del año y así, de un plumazo, se hubieran pasado todas esas fiestas navideñas sin apenas darnos cuenta. Semejante acuerdo internacional es difícil dada la abundante necedad reinante. Quizá en los próximos años, cuando todavía la mayoría de la población mundial siga sin acceder a la vacuna del covid-19, las autoridades se pongan las pilas.

Querámoslo o no, la estrella de la cual la Tierra recibe su vida, el Sol, tiene su anual solsticio de invierno cada 21 diciembre del calendario que conocemos como gregoriano (el del papa Gregorio, que lo instauró para la cristiandad y que Occidente impuso en el mundo). Ese día festivo es otro en cada uno de los calendarios de las distintas culturas. Pues éstas los fueron implantando en función de sus respectivos descubrimientos del movimiento planetario: en los nublados Alpes creyeron que el solsticio se producía a principios del mes de diciembre (por eso en Kitzbühel celebran la fiesta del 5 de diciembre); la católica y mediterránea Roma pensó hallarlo a finales de ese mes (de ahí el calendario), y los ancestrales observatorios chinos creyeron encontrarlo en enero/febrero. Como quiera que otros calendarios, como el islámico, se rigen por la Luna y no por el Sol, el caos de fechas de celebración está servido.

Tiempo es ya de que la lógica impere en nuestras terrícolas vidas. Si el Sol es el que establece nuestros ciclos vitales ¡convengamos un nuevo calendario solar! que inaugure una nueva era, que no sea de ninguna de las culturas de la Tierra, ni cristiana ni china ni islámica ni€, sino la Era Solar. Era regida por un calendario solar que podría ser el siguiente:

"Si a cada semana le añadimos un día más, que denominamos (día de la reflexión) tendremos 45 periodos de 8 días cada uno (45x8=360 días), intercalando un día festivo por cada equinoccio y otros tres para los solsticios de los años normales, tendríamos los 365 días de un año normal. Y en los bisiestos añadiríamos un solsticio adicional al de verano".

De golpe y porrazo acabaríamos con toda esa barahúnda de festividades de cada país que nos complica la existencia y reduce la productividad. Con esos periodos de ocho días se facilitaría la división entre días laborables y festivos al fifty fifty, dando así gusto a quienes defienden una jornada laboral menor por factible (el crecimiento de la productividad lo permite) e integrante. Pues como señaló Aristóteles, "El hombre estableció la comunidad política para vivir agradablemente, y no sólo con el fin de vivir".

A menor horario laboral anual, mayor productividad por hora trabajada. De ahí que pudiera establecerse un calendario laboral de 36 horas máximas por periodo. Es decir, el trabajador normal trabajaría un total anual de 40 periodos (5 periodos de vacaciones) por 36 horas = 1.440 horas/año. Así, de paso, se acabaría con el estresante paro; se facilitaría la conciliación familiar y se conseguirían unos periodos de formación más acordes con la inmersión lectiva necesaria para adquirir nuevas habilidades.

El 22 de diciembre se hubiera convertido en el primer día del año, y así se hubieran pasado las fiestas navideñas sin apenas darnos cuenta

Si el Sol es el que establece nuestros ciclos vitales, ¡convengamos un nuevo calendario solar! que inaugure una nueva era