espués de que el Estatuto de Estella fracasase por la negativa del Estado a permitir la gestión del hecho religioso en la autonomía vasconavarra, nacionalistas vascos y carlistas acordaron un nuevo proyecto de Estatuto vasconavarro, el conocido como de las Gestoras. Al PNV y al carlismo les había unido la defensa de los fueros históricos y también el socialcatolicismo. Pese a la ilusión que había generado en gran parte del carlismo navarro el Estatuto de las Gestoras, el líder carlista Conde de Rodezno se mostró favorable a un estatuto foral exclusivo para Navarra y persuadió a los numerosos concejales y alcaldes carlistas navarros de votar en contra. Tal vez en este momento, en 1932, debamos situar el principio de la escisión entre un carlismo tradicionalista y el Partido Carlista defensor del socialismo autogestionario. Muchos carlistas se quedaron totalmente decepcionados por ese resultado porque para ellos la cuestión autonómica cobraba máxima importancia, consideraban que el tradicionalismo en Navarra pasaba por el euskera y el folklore vasconavarro, y concebían un catolicismo impregnado de las encíclicas papales que promovían la justicia social, tachadas de socialistoides por la propia derecha española. Por otro lado, Rodezno se mostraba favorable al tradicionalismo, pero también deseaba pactar un acuerdo con los alfonsinos y zanjar definitivamente la cuestión dinástica, pese a que el reinado de Alfonso XIII se había caracterizado por el principio de monarquía ultraliberal. La unión dinástica que proponía se consumó durante el franquismo en la figura de Juan Carlos I cuando el dictador le nombró su sucesor. Además, durante el bienio reformista (1931/33), Rodezno y otros dirigentes carlistas también de condición aristocrática se habían negado a colaborar con la reforma agraria impulsada por el Consejo de Manuel Azaña. En contra de los intereses de los medianos propietarios y arrendatarios, que integraban mayoritariamente las filas del carlismo, se opusieron a cualquier tipo de redistribución de la propiedad de los latifundios. Después de estas profundas decepciones, los carlistas rompieron su colaboración con la II República, decidieron prepararse para un final violento y, tras alcanzar Rodezno, Baleztena y otros dirigentes carlistas navarros un acuerdo con el general golpista Mola, cooperaron en 1936 en la sublevación franquista, con un papel destacado de los requetés en la Guerra Civil. Por tanto, se puede afirmar que la labor de Rodezno, que ocuparía la cartera de Justicia en el primer Gobierno franquista, marcó la historia del carlismo y de la propia Navarra, donde era la ideología predominante, y la segunda en Vascongadas detrás del PNV.

No es de extrañar, pues, que gran parte de las bases carlistas se sintieran engañadas y traicionadas, y que protagonizasen protestas y altercados contra las autoridades desde los albores de la dictadura hasta la muerte del dictador. Consumada ya la escisión, en la montaña de Montejurra, en 1976, las cloacas del Estado asesinaron a dos de sus militantes. Posteriormente, en los muros de Estella/Lizarra se podía leer el lema: "Fraga asesino", porque la gente supo desde el principio que aquellos hechos habían sido fruto del terrorismo de Estado. Aunque fue legalizado solo después de las elecciones constituyentes, el Partido Carlista apostó por el sí a la Constitución. En 1979 obtuvo su mejor resultado, con casi 20.000 votos en Navarra en las generales y un parlamentario foral el mismo año. En 1986 participó en la fundación de Izquierda Unida, de donde fue expulsado un año después. En la actualidad, no se presenta a las elecciones, pero genera gran debate histórico y político. Tal vez estos breves apuntes sobre un movimiento surgido en contra del liberalismo decimonónico y del centralismo y que defendió desde sus orígenes el socialcatolicismo arrojen alguna luz frente al maniqueísmo de querer dibujar una historia en blanco y negro.

El autor es escritor