En épocas de crisis las instituciones mundiales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el Banco Central Europeo o premios Nobel como Noam Chomsky proponen como medida para recuperar la actividad incentivar la Demanda Interna. Esta tiene tres tramos: el consumo doméstico, el gasto público y la inversión privada. En síntesis, se trataría de potenciar la demanda por la vía de incrementos salariales para que incidan en el consumo y las ventas empresariales. Pero, siendo lógico el razonamiento, solamente lo es a nivel macroeconómico o según criterios de las instituciones económicas. Pues ya es más complejo de digerir por el empresario normal al que la propuesta de subir los salarios le aterroriza, si se tiene en cuenta que el nivel de éstos es un componente decisivo del coste, limita la competitividad en el mercado, y que en crisis le exige equilibrios para pagar la nómina y no despedir plantilla. El empresario normal considera que el razonamiento describe un proceso lógico porque si los trabajadores tienen mayor poder adquisitivo se dinamizará el mercado. Pero, como es lógico, prefiere que los incentivos se activen no por los salarios; que el Gobierno y los entes públicos sean los que incrementen el gasto e incentiven la inversión, bien por vía fiscal o abaratando el crédito. En realidad, es la mentalidad habitual del empresario local que posee escasos conocimientos de gestión, que la innovación le parece cosa de americanos, alemanes o chinos, y que bastante tiene con sobrevivir. Es el eterno dilema de la política económica liberal: lo principal es el equilibrio, pues las ventajas para apoyar a unos agentes económicos se convierten en perjuicios para los que no las reciben. Por eso la importancia de la prudencia con los estímulos que desequilibran la libre competencia de los liberales que defienden el mercado como sagrado, pues son los que menos creen en ella.