En cierta medida, esta pandemia nos ha atemorizado no poco a todos, independientemente de haber sido o no víctimas suyas; y lo ha hecho creando algo de incertidumbre, así como cierta impaciencia en nuestra manera de vivir. La sociedad, a su vez, ha quedado dañada, tanto en sí misma como en el orden político, dando muestras de desconcierto en atenciones particulares y públicas. De ahí que parezca conveniente recobrar el equilibrio anterior mediante un esfuerzo de introspección que actualice el precepto de Sócrates para mirarse por dentro, a solas, y lograr el dominio de sí; intento baldío en el mundo occidental donde, según Oscar Wilde: "La mayor parte de las personas existen, sin más," y prefieren vivir sin conocerse a sí mismas, por entender que otras, mejor preparadas, lo hagan en su lugar. Así que, ante la dificultad de solventar con acierto el encuentro consigo, se opta por consultar a adivinos de cartas, de rayas en las manos, de la supuesta influencia de los astros y del diagnóstico de la escritura, o por rellenar un cuestionario codificado que clasifique como primario, secundario o mixto de varios a la vez, entre diversos temperamentos establecidos de antemano; lo cual tampoco aporta un conocimiento real del examinando porque el yo del test no es el yo auténtico sino el que desearía ser. Por consiguiente, lo lógico después de este infructuoso itinerario por mantener un diálogo consigo mismo es aceptar vivir sin conocerse y tener el valor de saber perder la apuesta del sabio ateniense, o doblegarse ante la enigmática sentencia de Nietzsche cuando escribe que "cada uno es el ser más desconocido para sí mismo".