¿Cuántas mujeres tienen que ser asesinadas por sus parejas, exparejas, amantes resentidos, cazadores furtivos a la espera de su presa? Hombres, en definitiva, que un día dijeron amarlas, desearlas, que fueron correspondidos durante un tiempo y, en otro tiempo, no aceptaron el cansancio, hastío, decepción de las mismas mujeres que en un día los amaron. ¿Qué ocurrió durante ese tiempo en que las expectativas de uno y, quizás, de otra no se iban cumpliendo? ¿Qué fue lo que dio lugar al desencuentro, la ira, el rencor, el odio? ¿Por qué se cobró el verdugo el deseo de libertad de su víctima asesinándola? ¿A qué tenía miedo? ¿A una mujer atemorizada ante la amenaza del hombre que un día dijo amarla y ahora la tiene prisionera de sus celos?¿Por qué las mujeres amenazadas no denuncian a su maltratador? Reiteradas preguntas sin otra respuesta social que las condenas aisladas en cada momento que se tiene noticia de un nuevo asesinato. ¿Cuántos van ya? ¿Qué estadística contabiliza, además, el número de personas que se sientan ante el televisor que anuncia otra muerte sin que salgan a la calle gritando ¡basta ya!? ¿Qué número de crímenes son necesarios para movilizar a toda una sociedad que se indignó colectivamente, en su momento, ante los crímenes terroristas? ¿Somos las mujeres, por el hecho de serlo, menos dignas de clamor social que tantos otros y otras asesinadas, víctimas de otras violencias?Lo que parece nítido es que los medios materiales y económicos necesarios para combatir esta lacra social no están a la altura de este propósito. Mientras esperamos, intentando que la educación de los jóvenes en sus familias y en los centros escolares sean instruidos con rigor en el respeto y en la igualdad, los asesinatos se suceden.Entre tanto, mujeres que no han aprendido a amarse a sí mismas, a respetarse por encima de las seductoras promesas de quienes no las merecen, siguen prisioneras en reductos inexpugnables, sus propios domicilios, lejos de las miradas ajenas. Esas u otras mujeres denuncian las ofensas, amenazas, golpes, que sufren dentro de las paredes que parecían seguras y permanecen alertas ante la proximidad temida de sus victimarios.Mujeres valientes que se atrevieron a denunciar, muertas. Otras corren la misma suerte sin atreverse a la denuncia. Junto a éstas, numerosas agredidas sexualmente por el dominio machista.