spaña es un caserón invadido de goteras y de historia al que le están saliendo, a todas horas y por todos lados, arquitectos hambrientos de ilusiones y esmeradísimas extravagancias, dispuestos, una vez más, a echar abajo el inmueble y comenzar desde cero, que de esto saben mucho y tienen el culo pelado. Y nada hay más peligroso que un soñador tan empecinado en alcanzar sus sueños y satisfacer sus voracidades.

El acto de destruir, artísticamente hablando, encierra en sí mismo la más esplendorosa obra de creación. Porque siempre se destruye con la intención de edificar algo nuevo, aunque ese algo sea simplemente una escombrera de cenizas y de nadas. En excentricidades más imposibles ha conseguido hacernos creer el arte contemporáneo.

Aquí y ahora se pretenden derribar monumentos, ideologías y patrias, sin saber ni tan siquiera si nos vemos amparados por las leyes y el sentido común, que es la menos citada de todas las disposiciones adicionales. Aquí y ahora la albañilería política y paternalista aspira a edificar otros monumentos, otras ideologías y otras patrias, pasando por alto la sospecha de que puedan estar acometiendo la misma analfabeta y perversa obra de ingeniería, solo que a la inversa, olvidando, desde el aquí y ahora, el allí y entonces, lujo que únicamente pertenece a quien no se ha permitido caer en turbulencias mentales que le lleven a olvidar su historia y escarmentar de sus errores y sus goteras.

A un país al que con tanta insistencia se le ha acostumbrado al apuntalamiento, a fuerza de ocurrencias y desmesuras varias, se le da ahora la oportunidad de dinamitarlo todo. El país aplaude, jalea y vitorea -puestos a caer hagámoslo grandiosamente-, obviando el hecho de que tras el derrumbamiento de una memoria únicamente aflora el perverso trasfondo de los desconocimientos y los analfabetismos más sorprendentes.

Conviene no olvidar que todos los países y los hogares están llenos de sufrimientos y de derrotas, y quien más quien menos atesora cadáveres por entre sus banderas o bajo las alfombras, para concluir que lo que verdaderamente diferencia a unos de otros es la manera de afrontar el duelo: negando que existió o no olvidando que, efectivamente, estuvo allí. En un país como el nuestro, tan capaz de prolongar sus debates hasta más allá de los cien años, jamás se llega a conclusiones definitivas, circunstancia que lo condena a venganzas infinitas y achaques cada vez más inevitables.

Pero un país más dispuesto a vengarse que a preservar sus recuerdos y su historia, es un país condenado a repetirse hasta la indecencia. De la misma manera que no debieran prescribir los delitos de lesa humanidad, tampoco debiera hacerlo la historia en sus totalidades y sus contornos. Porque si un día ésta así lo hiciera, jamás podría llegar a ser reconocida en toda su vileza.

El autor es escritor, autor de las novelas 'Resucitando sombras' y 'A ras de suelo'