No me gusta que la felicidad que nos quieren meter con embudo desde que nacemos sea una felicidad rosa, sin piedras. En consecuencia, todo el mundo se apaga esperando una felicidad fácil. Pero la vida no es eso. Es ser consciente de que la felicidad no es un estado constante, que en el mismo día puedes estar feliz, triste y feliz otra vez. Como cuenta Albert Espinosa, vivir es aprender a perder lo que ganaste. Y sí, eso es la vida. Saber que llevamos en la espalda a rebufo muchos fantasmas, pero ser conscientes de que son como un virus; necesitan de un cuerpo para estar vivos, y si aprendemos a pasar de ellos adelgazan y un día se esfuman. “La felicidad debería ser nuestro estado natural”, dice mi madre. Y es verdad. ¿De qué serviría no saber apreciar la oscuridad? ¿De qué serviría estar viva sin sentirse así?
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