“Ya está. Tú seguro que hubieras preferido quedarte un tiempo más, remar un poco más, estudiar un poco más, despedirte. Yo valoro mucho el hecho de poder despedirme, por eso te lo digo. Pero no te dejaron”.El 30 de mayo de 1985, en un atentado de ETA dirigido a una patrulla de policías nacionales, uno de los cuales también resultó muerto, murió Alfredo, un chico de 14 años que estaba hablando por el telefonillo del portal de su casa.He comenzado este escrito con las primeras frases de la carta que le dirigí a través de las páginas del entonces Navarra Hoy. “Hay quien se emborracha de poder o de justicia, de odio o de venganza, de insignias, banderas, símbolos o escudos. Y hasta de estupidez y mala leche, que también emborrachan, no creas”, le seguía diciendo, “que no vengan a explicarte -con qué palabras- ni a justificarte ninguna muerte, ni menos la tuya, a favor de ninguna ideología. Es estúpido”.A los pocos días, me llamaron sus padres para invitarme a visitarles porque mi carta les había conmovido y querían conocerme. Y estuve con ellos.Fue un encuentro muy emotivo pero muy tenso y duro, como se puede imaginar. Han pasado 36 años y recuerdo el sitio y el ambiente, no así el contenido de la conversación que, precisamente debido al clima dominado por la muerte tan reciente, provocó mi olvido. Lo siento.He querido rememorarlo, ahora que se cumplen 10 años del cese de la violencia de ETA, con cariño hacia la familia y con las mismas palabras de despedida que dirigí a Alfredo en aquella carta, referidas a los que provocaron su muerte.“Dios quiera que la borrachera de los que lo hicieron no fuera tanto como para no recordarte. Dios quiera que te tengan siempre presente, Alfredo. Y que en algún rincón de su alma, de su existencia, les duela siempre, al menos, el hecho de no haberte dado la oportunidad de despedirte de los tuyos. Hasta siempre”.
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