El verano ha entrado con fuerza en Europa. De norte a sur, los termómetros han registrado niveles de calor sin precedentes y lo que antes eran episodios extremos constituyen ahora la nueva normalidad. Desde todos los rincones del continente llegan noticias que hablan de incendios forestales descontrolados, trabajadores expuestos a riesgos extremos, ancianos que fallecen por golpes de calor y sistemas sanitarios tensionados. Euskal Herria no es una excepción.

En la CAV, el mes de junio ha sido el más caluroso desde hace 55 años, con 3,1º grados por encima del periodo entre 1991-2020 de promedio pero con picos que han rozado los 40 grados en muchos puntos del territorio. En Navarra, más de lo mismo. Las temperaturas han superado este mes de junio los valores medios en toda la comunidad, con diferencias de entre 3 a 5ºC en la mayor parte de las estaciones. Vivimos en una secuencia permanente de alertas meteorológicas mientras los científicos insisten, ya con voz ronca, que estas olas de calor son consecuencia directa del cambio climático provocado por la acción humana. Pero la agenda del mundo ha cambiado sus prioridades. La crisis climática ya no es una urgencia para las grandes potencias, entretenidas en el militarismo y el gasto en defensa, y en la explotación hasta sus últimas sus reservas de los recursos fósiles.

La única verdad del cambio climático es que castiga la inacción, y el fracaso del Acuerdo de París, que tiene como objetivo limitar el aumento de la temperatura media global muy por debajo de los 2 grados centígrados con respecto a los niveles preindustriales, asoma como un destino inexorable. El negacionismo climático actual ya no es simplemente el de Trump o Bolsonaro negando la ciencia. Es también ese greenwashing institucional que dice preocuparse por el clima mientras alimenta un modo de vida que contribuye al calentamiento, por ejemplo, permitiendo vuelos baratos de un extremo a otro del continente. Hay que reivindicar otra vez una transición ecológica justa, planificada y firme, una economía que deje de crecer a costa del planeta. El calor no miente. La Tierra está gritando. Y ante esta verdad abrasadora, la única respuesta política posible es la lucha multinivel y colectiva contra una forma de vida que nos está quemando vivos.