Dándole vueltas a esto de la falta de suministros y otras penurias que nos azotan en este horizonte caótico que nos aguarda, quiero recomendar un oficio olvidado, el de aguador. Recientemente leía un libro sobre el viaje por España de Madame d’Aulnoy a finales del siglo XVII, en el que precisamente se describe el oficio de aguador. El título: Fantasías y realidades del viaje a Madrid de la condesa D’aulnoy. En él habla de los azacanes, que eran los que llevaban el preciado líquido en cántaros sobre sus hombros, o sobre sus burros y mulas de carga, para vender agua fresca a los transeúntes a cambio de dos maravedíes. Dicho oficio estuvo activo hasta el siglo XIX con una gran variedad de modalidades: aguadores de carro, de cántaro, de barrica... con el tiempo se fue modificando tal desempeño añadiendo diferentes aromas: gotas de anís, limón o canela. La condesa describía los ropajes de los aguadores de la siguiente manera: “Van vestidos con una bayeta ordinaria, con las piernas al aire y sandalias o simples suelas con cuerdas atadas”. Actualmente en países como Marruecos o Ecuador sigue existiendo esta figura, pero más bien como algo folclórico enfocado al turismo.Según Madame d’Aulnoy el agua era mejor que el vino: “El vino en Madrid es bastante malo, en cambio el agua es excelente, se bebe siempre fría sobre todo después del chocolate, helada con nieve, más refrigerante que el hielo”.Por otro lado, en aquella época un uso muy curioso entre la alta alcurnia era la ingesta de búcaro, pequeños trozos de barro que se comían para mantener la palidez, como alucinógeno o método anticonceptivo. Velázquez lo retrató con la menina María Agustina Sarmiento ofreciendo un búcaro a la infanta Margarita. Parece que la mirada de Isabel de Velasco no era muy conforme ante la bucarofagia, al no tener la infanta edad suficiente. Pero todo se mitigaba con un buen vaso de agua. Los efectos eran derivados de la alta toxicidad al contener las vasijas de donde provenían los búcaros plomo, mercurio y otros productos nocivos para la salud. Eran otros tiempos. Volviendo al aguador, alguien me dijo una vez: “Vaya oficio ese el de aguador” a lo que respondí: “Lo mismo dirán de aquí a unos siglos de los/las influencer, al menos aquellos mitigaban la sed”.